Trauma temprano: más allá del abuso físico

Trauma temprano: más allá del abuso físico

Trauma temprano y salud emocional de las figuras de apego

Pensar en un trauma es asociarlo de forma inmediata con un suceso en sí mismo. Pero el trauma no es eso, sino su huella, su herida. El trauma es la marca que queda impregnada en la mente y en el cuerpo de quien vive un hecho cuyo impacto emocional es incapaz de gestionar.

Ante un hecho desencadenante del trauma experimentado durante la edad adulta, cada persona reacciona de forma diferente; desde quien en un primer momento se siente insensibilizado y no reacciona, hasta quien de forma inmediata siente desesperanza, miedo, horror, inquietud… Algunas personas lo superan con relativa facilidad –resiliencia– y otras desarrollan trastorno de estrés post-traumático, especialmente aquellas que intentan reprimir esa experiencia. Algo inútil, ya que esa huella se mantiene en el inconsciente y, antes o después, hará visibles sus efectos.

Si estas son formas de reacción con consecuencias de gran complejidad durante la edad adulta, cabe plantearse qué sucede, qué efectos tiene esa huella cuando se produce durante los primeros años de vida, cuando el bebé o el niño no ha desarrollado su identidad, su autoconciencia, desconoce  sus emociones y, por supuesto, cómo gestionarlas. Y es que los efectos de esa huella, del trauma, dependen, entre otros múltiples factores, del momento del ciclo vital de quien lo sufre.

La desatención repetida de un niño que llora con miedo también genera trauma

El trauma no tiene que ir necesariamente vinculado a episodios de maltrato y abuso físico. El trauma también es generado por situaciones de inseguridad, de desprotección, de manifestación de sentimientos negativos hacia el niño… Situaciones en las que un padre, una madre o un cuidador primario desatienden las necesidades emocionales que demuestra un niño que llora por miedo, nervioso. Esa falta de atención le genera sentimientos de angustia, de soledad, que van dejando rastro en la memoria y en el cuerpo, especialmente si son episodios repetidos.

El trauma durante los primeros años del vida sucede antes de que el desarrollo del cerebro esté completado,  por lo que el cuerpo se ve obligado a almacenar todos los recuerdos como una experiencia somática, convirtiéndose en un organismo lleno de miedos y haciendo que su sistema inmunológico, el sistema del que dependen las hormonas del estrés, cambie.

Los sentimientos de las figuras de apego hacia el niño tienen un impacto directo en su desarrollo

Los niños viven del mundo emocional de sus figuras de apego, de sus cuidadores principales. Cuando mejor sea la salud emocional de las figuras de apego, mejor será la salud emocional de los niños.

Si las figuras de apego se sienten atemorizadas, incapaces de hacerse cargo del cuidado y la protección del bebé, se sienten abrumadas, saturadas, incluso hasta el punto de sentir rechazo… el niño lo percibirá, pudiendo afectar a su correcto desarrollo. Los sentimientos que provienen de las figuras de apego tienen un impacto directo en el riesgo de sufrir enfermedades mentales, tanto durante la infancia como durante la edad adulta.

El amor, el cariño que se sobreentiende que existe entre figuras de apego debe mostrarse hacia el niño actuando como transformador de las experiencias negativas en experiencias soportables. Los niños necesitan que sus padres o cuidadores recojan sus experiencias negativas y se las devuelvan procesadas, metabolizadas, digeridas,  para que estas sean asimilables, llevaderas. De esta manera, de forma natural, el niño irá descubriendo, aprendiendo e interiorizando mecanismos y herramientas de autoconocimiento y autogestión de sus propias emociones.

El efecto de este cariño, de esta protección -no sobreprotección-, estimulará la identificación del niño con sus padres o cuidadores, reforzando su vínculo y favoreciendo el establecimiento de modelos que guiarán su comportamiento y sus relaciones a lo largo de su vida.

Falta de confianza en los demás, una de las primeras consecuencia del trauma temprano

Si ocurre lo contrario, si el niño vive en un contexto en el que se siente desprotegido y atemorizado, interiorizará patrones completamente diferentes pudiendo adoptar un doble rol como figura amenazada pero también amenazante.

Si el niño no encuentra “un refugio emocional”, una persona que supla lo que deberían ser sus figuras de apego tradicionales, las consecuencias, empezando por perder el poder que otorga la capacidad de confiar en los demás, durarán toda la vida impidiendo el desarrollo de su resiliencia, de su inteligencia emocional y condicionando su bienestar emocional y físico al aumentar el riesgo de sufrir enfermedades mentales.

El trauma en la infancia es más frecuente de lo que parece. “Nuestra sociedad ha tendido a obviar el trauma, el maltrato y las experiencias caóticas en los niños como si fueran una rareza” – señala el doctor Barbado, psiquiatra en MIMAPA – Centro de Psiquiatría y Psicología, en Ourense, en su artículo A veces suceden cosas.

El trauma temprano creará un niño vulnerable y, más tarde, un adulto incapaz de hacer frente a las adversidades.

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