Estilo de apego en la infancia, eje central del proceso de duelo

Estilo de apego en la infancia, eje central del proceso de duelo

Necesitamos referentes; un anclaje seguro que confiera protección, confianza y estímulo. Adolecemos saber que nos atienden, que somos importantes para alguien, que a nuestro lado habrá otra persona que acudirá ante nuestro llanto y que nos servirá de consuelo pero también de estímulo. Los precisamos desde que nacemos; referentes que durante la infancia dejan su huella en nuestra forma de ser, pensar, sentir, en nuestras relaciones futuras, y que condicionan el desarrollo físico y psicológico. Son como faros de vida que desde el nacimiento nos impregnan de un estilo determinado de apego que estará presente el resto de nuestro ciclo vital y marcará los vínculos que crearemos durante la edad adulta en busca de sintonía en las relaciones interpersonales, pero que condicionarán, también, la forma en la que nos enfrentaremos al duelo que genera cualquier pérdida con sus correspondiente proceso de duelo.

La felicidad y el bienestar que desencadenan esos vínculos de apego son directamente proporcionales al dolor y al sufrimiento que provoca el fallecimiento de un referente, ya sea de una figura de apego de la infancia o de una figura de apego elegida en la edad adulta. El apego es, por tanto, el eje central del duelo.

El impacto que puede producir la desaparición de un ser querido y la dificultad para establecer un nuevo estado de equilibrio físico, psicológico y social, da idea de lo poderoso de los vínculos de apego. Si bien, en esos vínculos puede encontrarse la llave de la superación del duelo; un proceso complejo y lento que genera un desequilibrio en nuestro sistema, desestabilizando los mecanismos de regulación propios, modificando incluso la propia identidad, y que implica un esfuerzo para aceptar que todo ha cambiado y que nada volverá a ser igual.

Apego inseguro, duelo anómalo

En el estilo de apego que se adquiere en la infancia puede estar el valor de la supervivencia tras una separación irreversible, o por el contrario puede ser el caldo de cultivo perfecto para que la pérdida desencadene un proceso de duelo anómalo, ya sea un duelo patológico, complicado o traumático. Y esto es así porque los diferentes estilos de apego de la niñez son los que definen la manera de manejar los sentimientos propios, las relaciones personales y las situaciones adversas.

Quienes durante la infancia han establecido con sus padres o cuidadores un vínculo de apego seguro,- sus figuras de apego son personas seguras y receptivas, y por tanto han favorecido el desarrollo en el infante de una autoestima estable y un adecuado manejo en las relaciones interpersonales como personas seguras de sí mismas, amables, resilientes…- contarán con más recursos de protección necesarios para facilitar el ajuste biopsicosocial necesario para superar el duelo.

Por el contario, aquellas personas que durante la infancia se han impregnado de un estilo de apego insegurosus referentes eran fríos, insensibles, mostraban actitudes contradictorias, o de rechazo, y que como consecuencia el niño se ha convertido en un adulto ansioso, hipersensible hacia lo negativo, inestable emocionalmente y con baja confianza en sí mismo– presentarán más dificultades para aceptar la pérdida y reorganizar su vida.

El historial de vínculos de apego es un indicativo de la capacidad de las personas para enfrentarse al duelo. Apegos seguros en la infancia actúan como factor protector, mientras apegos inseguros durante la niñez son un factor de riesgo para la evolución adecuada del duelo.
Y ello se ve reforzado con el tipo de apego mantenido con la persona que ya no está. Si esa relación ha descansado en un sistema de apego seguro habrá existido una mayor cantidad y calidad de recuerdos e intercambios mentales positivos que ante el fallecimiento de una de las partes actuarán como consuelo o protección.

El apego no desaparece, se reorganiza y ayuda a construir nuevos vínculos durante el proceso de duelo

Ese apego con la persona fallecida y que genera dolor ante su muerte, y que al mismo tiempo es la base para la reconstruirse a uno mismo, no desaparece durante el proceso de duelo, sino que se reorganiza al no haber la posibilidad de iniciar un camino de vuelta a lo que se consideraba la normalidad. El apego con la persona que ya no está no desaparece, no tienen un fin, sino que se produce un proceso de ajuste que favorece la readaptación a una nueva vida en la que hay que tolerar emociones como el anhelo, la frustración, la angustia, la ansiedad, el miedo, en enfado…

Todo ello dependerá, a su vez y nuevamente, del historial de apegos de cada uno. Aquellos con una historia de apego seguro tendrán mayor capacidad para construir o reforzar vínculos con personas cercanas que actuarán como protectores ante las vicisitudes del duelo, ya que como indicábamos en artículos anteriores de este blog de psiquiatría y psicología, el entorno nos enferma pero también ayuda a curarnos.

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