Nuestro cerebro es la caja negra en la que todo se almacena y que tiene la capacidad de recuperar recuerdos, modelos de acción, representaciones, sentimientos y sensaciones que creíamos olvidadas según se van presentando situaciones que, de forma inconsciente, identificamos como similares a otras ya vividas.
La maternidad no escapa a esta dinámica. De ahí que, en ocasiones, podemos sorprendernos siendo con nuestros hijos igual o de forma similar a como nuestros padres eran con nosotros. El mayor problema se presenta cuando durante la infancia la figura de apego primaria, la madre, se ha desarrollado bajo un sistema de apego inseguro o ha vivido experiencias adversas no resueltas, ya que su trastorno de apego o su trauma se transmitirá a su descendencia: transmisión intergeneracional del apego y del trauma.
La transmisión intergeneracional del apego comienza en el embarazo
Durante el embarazo la futura madre experimenta cambios neurobiológicos, psicológicos y físicos que la preparan para cuidar de un ser que necesita de toda su atención y protección en el sentido más amplio de estos términos. Esos cambios están dirigidos a prepararse para aprender a cuidar de dos y a crear un sistema complejo de comunicación madre-hijo imprescindible para poder identificar y satisfacer las necesidades del infante.
La gestación implica un proceso de reorganización del mundo interior de la futura madre en el que su pasado vuelve con fuerza al presente para convertirse en protagonista y condicionar su futuro y el de su bebé. De forma inconsciente, la futura madre recupera la interpretación que construyó de su infancia y de la relación que mantuvo con sus padres, en especial con su madre, y esos recuerdos empiezan a determinar su identificación con su bebé y la creación de las representaciones y proyecciones sobre cómo será como madre.
De madre a madre: el apego también se hereda
Madres que durante su infancia se desarrollaron en un contexto de seguridad, tienen una mayor tendencia a entender el embarazo como una parte relevante de su ciclo vital y realizan proyecciones con su futuro bebé en las que reina la calidez, el afecto. Por el contrario, aquellas que han crecido bajo un estilo de apego inseguro tienden a no involucrarse lo suficiente en el proceso del embarazo mostrando desapego y aptitudes contradictorias hacia la maternidad y el niño, impidiendo o dificultando una sana identificación con él.
La representación que la futura madre hace de su relación con su figura de apego primaria, marca la calidad del vínculo de apego que establecerá con su hijo. Las particularidades de su infancia y de sus relaciones maternales, y de cómo haya integrado esa parte de su historia en el resto de su ciclo vital, incidirán en su accesibilidad emocional para con su hijo.
Así, madres que han idealizado a sus madres, que siguen manteniendo con ellas un elevado grado de dependencia, que a pesar de ser adultas continúan buscando su aprobación, que no han experimentado un proceso adecuado de diferenciación, y a las cuales incluso les cuesta describir esa etapa de su vida y la relación con su madre, desarrollarán con sus hijos un estilo de apego inseguro. En este contexto, se suelen criar niños con miedos, con ansiedades, enfados recurrentes, frustración, inseguridades… Y ocurre algo similar pero enfatizado, con madres que han sufrido experiencias adversas en la infancia no resueltas las cuales han anulado sus emociones, sentimientos; como consecuencia, criarán hijos que evitarán cualquier relación de afecto y que entenderán todo su entorno como una amenaza.
Es el caso opuesto de aquellas madres que no mantienen heridas de la infancia, que han entendido el papel de sus figuras de apego sin idealizarlas y descubriendo que su madre es clave en su vida pero que su relación no es perfecta y que han experimentado un proceso de diferenciación correcto que les permite mantener con sus madres una relación de equilibrio entre la pertenencia y el desapego. Este esquema hará que críen a sus hijos atendiendo sus necesidades en un contexto de seguridad, confianza, comprensión, compasión y libertad. Son el estilo de madres a las que evoca la reconocida frase de Simone de Beauvoir “una hija es al mismo tiempo una copia de su madre pero una persona totalmente distinta y única”.
La salud mental materna condiciona el avance de una sociedad
Lo expuesto deja en evidencia la necesidad de preocuparse por y ocuparse del estado mental maternal durante el embarazo teniendo presente la experiencia temprana de la futura madre la cual ha impregnado su funcionamiento cerebral, en cuanto puede predecir su interacción con el bebé influyendo de forma decisiva en su desarrollo.
Pocos aspectos son de tal relevancia para una sociedad que el bienestar psicológico y emocional de una mujer embarazada, ya que ese es el momento en el que empieza a formarse una futura generación y a dibujarse todas sus opciones de futuro individual pero también colectivas e incluso potenciales epidemias de Salud Pública como la depresión, el suicidio, la violencia de género…