Hacia una sociedad más humanizada a través de la mentalización

Hacia una sociedad más humanizada a través de la mentalización

Mentalizar: analizar a uno mismo desde el exterior y a los demás desde el interior

En una sociedad en la que se exigen reacciones inmediatas ante todo lo que sucede para cumplir la máxima individualista de “sálvese quien pueda”, donde el ser y el sentir ocupan un plano secundario, pararse a reflexionar sobre los sentimientos y comportamientos de uno mismo y de los demás puede no parecer lo más indicado. Sin embargo, enfrentarse a cada situación diaria prestando atención a los estados mentales, es decir, a pensamientos, sensaciones y sentimientos propios y ajenos que explican comportamientos y reacciones, presenta más beneficios que riesgos tanto a nivel individual como colectivo.

La ignorancia hacia nuestros propios estados mentales y de los demás conduce a la deshumanización y a la desregularización emocional, en particular ante situaciones displacenteras que desencadenan angustia, ira, tristeza, frustración, y que aumentan el riesgo de padecer trastornos mentales. De ahí la necesidad de recuperar el protagonismo de la función reflexiva o mentalización, de la capacidad de interpretar para comprender la conducta propia y ajena.

Mentalizar significa humanizar, tratar a los demás como personas y no como objetos, dotar de sentido a los estados emocionales.

La mentalización se refiere a la habilidad de tomar conciencia, de reflexionar e imaginar para comprender las acciones propias y de los demás teniendo en cuenta deseos, fantasías, necesidades, creencias, sentimientos, objetivos… Mentalizar sobre uno mismo facilita la consecución del equilibrio emocional y la ponderación de los comportamientos al ser capaces de analizarse con cierta distancia, desde el exterior de uno mismo; y mentalizar sobre los demás, intentar analizarlos desde su propio interior, favorece la comprensión de su comportamiento, lo que se traduce en una mejora de la comunicación, de las relaciones interpersonales constructivas y recíprocas, ayudando a crear un contexto y una sensación de seguridad personal.

Es en las relaciones de apego temprano donde se encuentra uno de los puntos clave de la función reflexiva o mentalización, ya que es en los primeros años de vida cuando se aprende a mentalizar, siempre y cuando exista un contexto de apego seguro.

A pesar de ser una característica exclusiva de los humanos, no nacemos con la capacidad de mentalizar, de reconocer e interpretar las emociones propias y de los demás, por lo que para adquirir esa habilidad las figuras de apego temprano deben tener activada su capacidad para mentalizar.

Adquisición y desarrollo de la mentalización

Los cuidadores que tienen una elevada función reflexiva, que son capaces de tener una representación mental del niño y adaptar sus reacciones para con él en base al estado emocional del infante, presentan una mejor y mayor sintonía con el niño. Y gracias a esa mentalización de las figuras de apego, el comportamiento de los cuidadores para con el niño tiene un significado que el infante asocia a reacciones previsibles que crean para él un contexto de seguridad que facilita su desarrollo.

A través de la mirada, de los gestos, de las palabras dirigidas al niño, el cuidador le transmite que sus necesidades, deseos, ideas, tienen asociadas unos comportamientos que a su vez generan reacciones en los demás. Y poco a poco el niño, en su relación con sus figuras de apego, establece una equiparación entre la expresión de sus estados emocionales y las respuestas físicas, emocionales y lingüísticas que observa en sus cuidadores provocadas por tal estado emocional.  Son la repetición de esa circunstancia y la reacción del cuidador las que generan que el niño descubra, comprenda y regule sus estados  emocionales.

La capacidad de las figuras de apego de mantener en la mente una representación del niño, con sus deseos, intenciones, sentimientos, permite que éste se vaya descubriendo así mismo. Sin embargo, si el cuidador no hace uso de la función reflexiva el niño no verá etiquetados sus sentimientos, los desconocerá, al igual que las reacciones que estos generan tanto en él como en los demás, y le provocarán confusión y desregulación. Del mismo modo, el niño no desarrollará su capacidad mentalizadora y será incapaz de pararse a prestar atención, imaginar y reflexionar sobre lo que los demás pueden pensar o sentir, lo que dificultará el establecimiento de buenas relaciones interpersonales.

Aprehender la opacidad de los estados mentales

La función reflexiva exige habilidades de atención, reconocimiento, interpretación, reflexión, anticipación, imaginación para poder “leer la mente”. Pero la mentalización lleva asociada la complejidad que supone ser conscientes de lo incierto de la imaginación y de las hipótesis que se construyen sobre los estados mentales de los demás. De ahí que la función reflexiva deba de ir acompañada de flexibilidad y de una constante reevaluación de las representaciones mentales que se realizan y que son propensas al error.

La mentalización, la disponibilidad afectiva de las figuras de apego y la regulación del afecto negativo, constituyen el triángulo perfecto para el correcto desarrollo infantil y, por consiguiente, de adultos emocionalmente saludables y de una sociedad humanizada.

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