Hablemos de la confianza

Hablemos de la confianza

Confianza, conocimiento y seguridad

Confiar implica asumir un riesgo. El riesgo de que las expectativas que ponemos en el otro, en la relación o en las cosas, no se cumplan. Confiar precisa de un entorno de seguridad. La regularidad de las respuestas del otro, nos permiten anticipar el futuro y ello incrementa nuestra seguridad y con ella la confianza en no equivocarnos al asumir el riesgo. El caos no favorece la confianza. Así pues, confianza, conocimiento y seguridad van de la mano.

Se puede afirmar que la confianza es un acto de seguridad del yo consciente, con claridad de conocimiento sobre sí mismo, sobre el otro y sobre los riesgos del propio acto en sí mismo.

A mayor seguridad, mayor capacidad de asumir riesgos, sabiendo que, si no se cumplen las expectativas, voy a poder afrontarlo, asimilarlo, superarlo.

La desconfianza podría pensarse como el opuesto de la confianza, pero, más bien diríamos que van de la mano, en una relación deseablemente equilibrada. Siempre que se dé un equilibrio entre ambas, vamos a poder abrirnos a nuevas relaciones, a nuevas experiencias, con seguridad y capacidad de asumir los resultados, sean estos los que sean, o los que puedan ser.

Los problemas surgen del desequilibrio: si el confiar pesa mucho más y no deja lugar a desconfiar, estaremos en un punto de ingenuidad, de ausencia de valoración de los riesgos, o de supremacía, de creernos con el control absoluto del otro, de las relaciones o de las cosas. Si, por el contrario, el balance se inclina hacia la desconfianza, entonces estaremos en un punto de retraimiento, de aislamiento, de empobrecimiento, donde el crecimiento y desarrollo personal no es posible.

Confianza, desconfianza y dependencia

No nacemos confiados o desconfiados. Nacemos totalmente dependientes. Sin conciencia de lo que podemos esperar del otro. Poco a poco, en base a la experiencia de cada uno en las relaciones, primero con nuestros cuidadores, y luego con el resto de las personas que se nos cruzan por el camino, vamos adquiriendo conciencia de lo que podemos o no esperar de los demás. A la vez, vamos adquiriendo conciencia de nosotros mismos, de nuestras habilidades y nuestras debilidades, con mayor o menor aceptación, en función de la mirada más o menos compasiva del otro.

Cuando por parte del cuidador primario hay una respuesta coherente a las necesidades del bebé, y esta respuesta se mantiene a lo largo del tiempo, el niño aprende a confiar en el otro y en que, en el presente y en el futuro, sus necesidades van a ser atendidas. Se va a sentir visto, reconocido y que es importante para el otro. Que es merecedor de atención. Y por lo tanto un ser válido para el otro y, en consecuencia, para él mismo.

Ahora bien, a lo largo del desarrollo, las necesidades y demandas, en una relación de apego suficientemente buena, no siempre serán atendidas de forma inmediata. Ello nos llevaría a desarrollar una confianza ciega en el otro, ingenua, poco realista, y generadora de grandes frustraciones.

El niño, en una relación de apego seguro, va aprendiendo que la repuesta a su demanda no siempre es satisfecha de modo inmediato. Y, a veces, recibe un no por respuesta. No siempre el otro está disponible para uno. Pero ello no implica que haya dejado de ser importante.

Estas pequeñas rupturas entre lo que espera con su demanda y lo que recibe, son fácilmente reparadas por el cuidador empático, que es consciente de la frustración y dolor que la ruptura produce en el niño. Ahora bien, la reparación no conlleva necesariamente la satisfacción del deseo del niño. En algunos casos, si es posible, o si es coherente, verá satisfecha su demanda. En otros no será así y, en su lugar, recibirá una explicación de por qué no es posible.

Que todo esto suceda, y pueda suceder, va creando en la persona unas expectativas realistas sobre lo que puede o no puede esperar en las relaciones. Que no siempre obtenemos lo que queremos, pero que ello no conlleva la creencia de no ser merecedores, de no ser importantes o no ser válidos.

Habrá un equilibrio entre confiar y desconfiar, que nos hará asumir los riesgos con una claridad de conciencia de que no siempre vamos a conseguir la respuesta deseable en el otro.

 

La confianza en uno mismo se forja a partir de la mirada del otro. Es la confianza del otro depositada en uno, lo que garantiza la autoconfianza.

 

El poder del cuidador empático

La confianza es también un acto de amor. Arriesgo. Te reconozco y confío. Sé que puedo perder. Pero te doy la libertad de elegir, de experimentar, de ser tú mismo… Que nos den confianza, lo vivimos con agrado. Nos gusta. Emociona.

Cuando no han confiado en nosotros y carecemos de autoconfianza, podemos estar recelosos y desconfiar del que dice confiar en nosotros.

La confianza en uno mismo tiene que ver también con las posibilidades de exploración que hemos podido o no disfrutar a lo largo del desarrollo, y con la respuesta del entorno a ese atreverse a explorar del niño. En los inicios, el papel del cuidador sigue siendo fundamental para el desarrollo de una autoconfianza sana.

Un cuidador temeroso, con un umbral muy bajo para percibir el peligro, va a transmitir mucha desconfianza en el niño a la hora de explorar el mundo (otras relaciones, actividades, …)

Un cuidador exigente y crítico, no va a demostrar orgullo frente a la capacidad exploratoria del infante. Muy centrado en los logros, se olvida del proceso. Y los logros no siempre acompañan al proceso, con la consecuente descalificación o infravaloración del niño que por mucho que se esfuerce, va a interiorizar que no es suficiente. Con la consiguiente limitación de su nivel de autoconfianza.

A veces, se observa un exceso de confianza en sí mismo. Parecen atreverse a todo, sin valorar los riesgos. O una actitud de superioridad sobre el resto. Son mecanismos defensivos, que nos protegen de esos sentimientos de poca valía que tanto nos hacen sufrir. En el fondo, hay una ausencia de confianza en sí mismo y una valoración tan negativa de sí mismo, que duele tanto, que la mente trata de ocultarlo con todos sus medios.

Es el cuidador empático el que va a dar al infante esa seguridad y confianza de saberse capaz de explorar, y de saber que, sea cual sea el resultado, va a encontrar una cara amable que va a saber reconocer su esfuerzo, a la vez que corregirle para que en el futuro los frutos de la exploración sean más satisfactorios.

El cuidador empático pone al acento en el proceso, en la intención, en resaltar las capacidades para la exploración y sabe que no siempre los resultados son los que uno pretende o desearía. Pero ello no invalida ni el proceso ni al individuo.

El cuidador empático sabe también poner límites a la exploración cuando el niño todavía no está preparado. Pero lo hace desde el cariño, la amabilidad y la fortaleza del que se siente seguro en su papel y confiado de estar haciendo lo correcto. Porque también es importante resaltar, que el cuidador falto de confianza en sí mismo, difícilmente puede confiar en el otro, en sus posibilidades, y estará temeroso de lo que pueda suceder, y de cómo podrá afrontarlo él mismo.

La confianza del cuidador empático no es una confianza ciega. Es una confianza que acepta los defectos y errores del otro. Es una confianza con conocimiento. Es una confianza que reconoce al otro, y en la que el otro se siente reconocido, validado. Es una confianza que da libertad al otro. Que le hace más humano, en el sentido de que le da la oportunidad de elegir, de tomar decisiones, sin temor a equivocarse, pero asumiendo que puede equivocarse. Y, a la vez, se sabe seguro de seguir siendo aceptado y valorado aun habiéndose equivocado.

El cuidador empático arriesga cuando confía. Mantiene un equilibrio entre confiar y desconfiar. Es un equilibrio realista no sujeto al terror. Es un equilibrio que da seguridad al otro, que también entiende que existe la probabilidad de que las cosas no salgan como queremos, pero que esa probabilidad no le invalida para intentarlo.

La confianza en sí mismo es posible cuando he sido reconocido. Ello implica primero “ser visto” por alguien importante para mi, que conecta conmigo, que empatiza con mis estados emocionales, que los valida y con compasión, se pone a mi lado y me ayuda a sostenerlos, a poner palabras y a ser consciente de mis fortalezas y debilidades, las cuales no perturban negativamente la imagen de mi mismo que veo reflejada en esa mirada.

Así pues, la confianza en sí mismo y en los otros, se forja en una relación de amor, de reconocimiento, de libertad y de seguridad, que permite a cada ser humano ser él mismo y desarrollarse plenamente.

Dra. Mercedes Fernández Valencia

Psiquiatra y Psicoterapeuta 

 MIMAPA  – Centro de Psiquiatría y Psicología

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