El niño herido es la parte más vulnerable de cada uno de nosotros, aquella que guarda recuerdos y emociones dolorosas, y que muchas veces nuestro sistema interno mantiene escondida. A veces, es un niño invisible, que no quiere mostrase por temor a lo que pudiera pasar si es visto. Otras, es una parte a la que otras partes del sistema quieren aniquilar por considerarle culpable de todas las desgracias que nos han acontecido. Nos provoca enfado, vergüenza, lastima, rechazo… Conseguir que la persona como un todo, y el resto de las partes del sistema, le acepten, lo miren con compasión, lo cuiden, validen su sufrimiento… es un objetivo a conseguir en el proceso psicoterapéutico.
Me pregunto si la razón última de la existencia del resto de partes del sistema interno del paciente es el niño herido. Si no hubiera un niño herido, creo que no existiría el resto. Pretender llegar a él, sin antes haber tratado con el resto, es entonces una falacia, misión imposible, pues las partes tienen por objetivo principal anularlo, ocultarlo, protegerlo …y, entonces, nunca lo permitirán.
No obstante, simultanear el trabajo con el resto de las partes a la vez que se hace referencia a su existencia, puede ayudar al paciente a entender las razones de las partes para poner obstáculos y, a la vez, entender lo bueno de ir bajando las barreras que nos impiden llegar a él y, desde, el adulto actual darle la seguridad que le faltó y la seguridad más acorde al momento actual.
Rastreando al niño…
Muchas veces estamos delante del paciente y lo vemos. Vemos su vulnerabilidad. Y vemos como baja la mirada, esconde la cara con sus manos. O, de repente, se enfada o quiere irse… Se protege el paciente de todo ese dolor que conlleva el sentir la vulnerabilidad. Se protege de la vergüenza que le produce el saberse vulnerable, indefenso e impotente frente a los peligros que en el pasado le han acechado, y que siguen vivos en la actualidad como si fueran presente y no pasado.
Abordando al niño…
Nos apetece decirle a ese niño, “ya no estás solo, ya estás fuera de peligro, tu no has tenido la culpa de lo que ha sucedido, no hay nada malo en ti …” Pero tristemente no puede escucharnos, no puede fiarse… Es lo que ha experimentado toda su vida, y una frase nuestra no va a cambiarlo todo. Lo que quiere el paciente es que “le quitemos ese dolor, que ese niño desaparezca …” Matar al niño es para muchos pacientes la mejor alternativa. Y lo intentan con sus autolesiones, con sus conductas parasuicidas o intentos de suicidio. Sin darse cuenta de que él es el niño, que comparten el mismo cuerpo, que lo que le pase al niño, le está pasando a él en su totalidad.
Hay prioridades…
Antes de ir al niño, primero ir a esa parte que está enfadada, que no le gusta lo que hacemos porque no quiere que accedamos al dolor, porque no soporta la vergüenza de admitir lo que ha ocurrido, porque considera que ese niño es culpable.
Ante el enfado del paciente, dar un paso atrás y preguntarse qué pudo haber activado esa reacción. Qué ha ocurrido, qué ha hecho que el paciente haya reaccionado defendiéndose, porque el enfado es sobre todo una defensa frente a algo que se siente como amenazante. Estudiamos el enfado, la lógica del enfado… Lo validamos con amabilidad y compasión. Y si este enfado se ha manifestado de modo agresivo, también tratamos de poner límites, pues el enfado se puede manifestar de modo respetuoso, y eso seguramente también le guste al paciente, poder enfadarse con control. Si no es admitido por el paciente, que justifica los modos, entonces tal vez tengamos que explicarlo. El ojo por ojo no puede justificar nuestra conducta. Y el fin tampoco puede justificar los medios.
Ante la vergüenza, también hay que proceder con cautela. Nombrarla directamente puede hacer que todavía el paciente se esconda más (hay vergüenza de sentir vergüenza). La consecuencia inmediata de la vergüenza es la desconexión en la relación. Señalamos eso, “algo ha sucedido que te ha desconectado, como que no estás tan presente, como que necesitas esconderte detrás de tus manos…”. Nos interesamos por lo que ha desencadenado esa respuesta en el paciente. Buscamos, de nuevo, entender la lógica de la reacción que ha sucedido. Y la validamos. Le damos un sentido. Todas las defensas buscan la protección. La vergüenza también nos protege, del rechazo, de la humillación, de sentirnos culpables…Validar y dar sentido ayudará a que el paciente, y las partes que participan en esta reacción, se sientan más seguros. Y sentirse seguros es lo que va a permitir la colaboración del paciente (y de las partes) a la hora de seguir explorando de dónde viene la vergüenza.
La necesidad de agradar
A veces, el paciente no muestra enfado. Ha aprendido a agradar y no se lo permite. Entonces, cuando siente el peligro de acercarnos a su vulnerabilidad y a su niño herido reacciona queriendo terminar la sesión, queriéndose ir. A veces, lo único que podemos hacer es validar su necesidad. “Tiene su lógica querer finalizar, pues es muy doloroso y exige del paciente mucho esfuerzo, el poder afrontarlo no es tarea sencilla, todo eso que queremos abordar lleva aparcado en algún lugar mucho tiempo y ha sido mucho el esfuerzo que se ha tenido que realizar para mantenerlo ahí, sin que haga demasiado daño; porque recordarlo, conectar con todo ello es muy doloroso… ” Es posible, en estos casos, que el paciente haya estado aguantando el tirón de la sesión por no disgustarnos, hasta que ya no ha podido más y demanda el acabar e irse. Bien, le dejamos irse, no sin antes validar su esfuerzo y su necesidad, y en la próxima sesión nos aseguraremos de ir más despacio.
El niño invisible
A veces, la dificultad para abordarlo está en el propio niño. Es un niño invisible o que no existe. Porque ser visible o existir era peligroso en sí mismo. Dejar de ser invisible o volver a la existencia, no es tarea fácil. Necesita de mucha seguridad. Y ha aprendido a desconfiar de todo. Este aprendizaje viene de muy atrás. No había nada ni nadie a quién agarrarse. Había mucha indefensión. Desaparecer era la única opción. En la relación terapéutica desviar la atención continuamente a otros temas es la clave. Hay mucho miedo de la mirada del otro. Si me ven van a descubrir que no hay nada bueno en mi, la mala persona que soy…De nuevo la clave va a estar en proceder con mucha cautela, y con un lenguaje muy sencillo, pues estamos tratando directamente con ese niño, tal vez muy pequeño, a veces el origen está en algo preverbal. En el trabajo con el niño, contamos con el adulto. Es con el adulto con el que hablamos y a él le ayudamos en la adquisición de los recursos que puedan ayudarle a conectar con el niño y a que éste sienta la seguridad y confianza suficiente para poder mostrase, sin temor a ser juzgado, dañado, humillado…también por el adulto, pues en su lógica, todos los adultos son peligrosos, no son fiables.
Y, cuando por fin, podemos abordar al niño, el objetivo es validar su dolor, integrar las experiencias vividas como algo que ya pertenece al pasado (ahora es el adulto el que se hace cargo del presente actual) y proporcionar la experiencia faltante: ser visto de una manera amorosa, con una mirada de aceptación incondicional, hacerle sentir que forma parte, que pertenece, hacerle sentir la seguridad y la protección que todos los niños deben sentir y que debe ser proporcionada por el cuidador principal…
Proporcionársela desde la figura del terapeuta y/o a través del adulto que está en el paciente
Y conseguir que sea una experiencia sentida, que las emociones y el cuerpo participen de la experiencia. No es suficiente que el paciente sepa que eso es lo que tendría que haber sucedido. Es importante que tenga la sensación de poder experimentarlo tanto desde su parte niño, como desde la totalidad que incluye el adulto (y el resto de las partes). Es entonces cuando las estrategias defensivas de las partes ya pierden su razón de permanecer alerta.
El duelo de lo perdido
Y todo ello culminará también con un duelo. El duelo de lo que pudo haber sido y no fue. El duelo de lo perdido. De los años que pudieron ser vividos con mayor calma, tranquilidad y mayor autoestima.
A veces hay un duelo anticipado, que puede bloquear el proceso. Es el dolor por lo perdido y el reproche de no haber sido capaz de reaccionar antes y poner solución. Pero muchas veces, las cosas solo pueden darse en el momento en el que ocurren. Bien porque no estábamos preparados para este viaje psicoterapéutico, bien porque la vida no nos ofreció la oportunidad…
Un mensaje que puede ayudar es que realmente sí hubo pérdidas, pero siempre las habrá. Incluso cuando las cosas van bien. No todo es perfecto. Sin dejar de validar el dolor y también la capacidad de supervivencia.
Todos jugamos con unas cartas, y no todos tenemos la mejor baza. El tema es jugar con lo que nos ha tocado y darse cuenta también de las fortalezas que, gracias a las dificultades, hemos podido desarrollar para poder salir adelante.
Dra. Mercedes Fernández Valencia
Psiquiatra y Psicoterapeuta
MIMAPA – Centro de Psiquiatría y Psicología