Orgullo y aceptación compasiva: antídotos contra la vergüenza

Orgullo y aceptación compasiva: antídotos contra la vergüenza

La vergüenza como afecto relacional

La vergüenza forma parte de la condición humana. Posiblemente sea el afecto central de nuestra “humanidad”. En el Génesis se describe cómo Adán y Eva no sentían pudor de su desnudez por haber sido creados puros, inocentes. Pero después de comer del árbol del conocimiento surgió en ellos la experiencia de la vergüenza, manifestada en Adán escondiéndose ante la mirada de Dios. Lo que nos dice el libro bíblico es que la vergüenza aparece con la razón, y que la enfrenta al instinto, a nuestra animalidad. La respuesta de Dios fue la expulsión del Paraíso, la pérdida de la conexión.  Así que encontramos en estos pasajes bíblicos la definición de la vergüenza.

La vergüenza es el resultado de una ruptura entre lo que deseo o necesito y la respuesta negativa e inesperada del otro. En la vergüenza hay frustración y dolor por la ruptura del puente relacional con el otro, ante la mirada del otro.

Esto nos lleva a la idea de la vergüenza como un afecto relacional. Sirve para frenar nuestro impulso espontáneo frente a nuestro campo relacional y recibimos la sanción del entorno, la ruptura del contacto. Siendo nuestro cerebro un producto relacional que necesita para construir un yo integrado de la sintonización emocional con el otro, experiencias repetidas de vergüenza a temprana edad pueden provocar un efecto devastador. De este modo, la vergüenza se constituye en la creencia de no-ser, de ser malo, inútil, carente de valor, no merecedor de amor, de contacto.

La vergüenza es ubicua en nuestras experiencias interpersonales. Surge cuando buscando un contacto más íntimo, descubrimos que el otro no lo hace. Cuando buscando aprobación o reconocimiento por alguien que nos importa, recibimos indiferencia o reproche. También surge cuando nos exponemos a otros o incluso a nuestro propio juicio, y nos encontramos inferiores o indignos.

En la vergüenza siempre hay una acción que quedó frustrada, una necesidad que quedó insatisfecha.

La vergüenza aparece, por tanto, cuando nos retiran el apoyo. La conexión y el apoyo de los otros es fundamental para el desarrollo, entre otras cosas, porque facilita el ajuste entre dos mundos: el interno y el  externo. La falta de apoyo en momentos cruciales o de personas cruciales conlleva a esa ruptura de la conexión, a esa expulsión del paraíso. La vergüenza frustra la necesidad sentida y puede dañar el sentido del yo.

La respuesta corporal de la vergüenza

La vergüenza es definida como un afecto primario que forma parte del software innato emocional con el que todos nacemos. Silvan Tomkins define la función de la vergüenza como de regulación de aquellos afectos del sistema primario que son proactivos, como el de interés-excitación y el de disfrute-alegría.

La vergüenza, como todas las emociones, supone una respuesta global de todo el organismo, y se acompaña de una respuesta corporal característica.

Estar avergonzado es una especie de shock transitorio, con una activación fisiológica que supera nuestra capacidad de asimilación, que nos abruma y que por ello la aproxima a las experiencias traumáticas. Esta activación física nos hace mostrarnos confusos, podemos tartamudear o quedarnos mudos;  tendemos a inclinar la cabeza hacia abajo que inicia y refleja una contracción o retirada del cuerpo. Solemos enrojecernos y hay una necesidad íntima de ocultarnos o escondernos. A esta respuesta corporal le acompañan cogniciones de autodepreciación intensa y de desesperación existencial.

A la vergüenza se la considera un inhibidor central, una especie de botón de apagado. Cuando aparece, nuestro sistema de implicación social es desactivado, y no podemos establecer contacto o éste resulta difícil. La vergüenza, además, bloquea o aminora otras emociones, fundamentalmente las positivas.

Vergüenza adaptativa

Como animales sociales que somos, la vergüenza aparece en esa interfase entre nuestra animalidad y nuestro aspecto más humano, lo social. La vergüenza precisa de y aparece con la presencia del yo observador. La vergüenza necesita de la capacidad de mirarnos a nosotros mismos.

De este modo, la vergüenza estaría asociada al ejercicio de la libertad; y también a la conciencia de nuestro propio estado y a la conciencia de la separación del yo respecto a los otros. Autoconciencia, libertad y vergüenza estarían asociadas.

La vergüenza adaptativa serviría de límite de nuestra libertad y de la búsqueda de satisfacción frente a la libertad de otros. Esta vergüenza nos mantendría en la realidad, con los pies en el suelo. Por eso se entiende la vergüenza como una emoción social. Freud decía que la vergüenza, el asco y la culpa son reguladores que permiten el establecimiento de una conciencia moral en nuestro super-yo.

La vergüenza adaptativa, o sana o funcional, se puede considerar como un proceso natural de repliegue o retención de la acción que sirve para la construcción del yo. Es una emoción que evalúa la actividad del yo, y que sirve para ajustar nuestra conducta. Sin la presencia de la vergüenza y de la culpa, la vida social no sería posible, y la violencia y la psicopatía camparían a sus anchas. Por eso sentimos un profundo rechazo por los sin-vergüenzas.

La vergüenza también cumple una función de protección de nuestra privacidad en temas como el sexo, la muerte, lo religioso, lo sentimental… Proteger nuestra privacidad es otro ejercicio de la libertad.

El lenguaje refleja las múltiples variantes experienciales de la vergüenza, como la timidez, la humillación, la deshonra, el sentimiento de ridículo, la degradación.

Esta vergüenza adaptativa cumple, entonces, una función social, la de percibir si somos aceptados o rechazados por el grupo. La culpa y la vergüenza son usadas por los sistemas sociales a modo de guardianes, para buscar la sumisión del individuo a sus normas y señas de identidad. Nos permite evaluar el grado de cercanía y distancia que debemos adoptar en las relaciones sociales; nos ayuda a establecer los límites. Deslizarse fuera es tener que soportar la mirada de desaprobación del grupo y sentir el peligro de dejar de pertenecer. En las dinámicas del poder, mantener el ejercicio de la libertad individual conlleva sobrellevar la carga de la vergüenza.

La vergüenza, como el dios Jano, tiene una doble cara: la que mira al exterior, observando lo que creemos que los demás rechazan de nosotros, y la que mira al interior, que señala aquello de nosotros mismos que rechazamos.

Vergüenza y culpa

En la literatura sobre la vergüenza es un clásico diferenciar entre vergüenza y culpa. Evolutivamente la culpa aparece en el niño a una edad más tardía que la vergüenza; en este sentido es un sentimiento más elaborado cognitivamente.

En general, la culpa tiende a surgir cuando consideramos que hemos transgredido alguna norma, propia o externa, o que hemos cometido un error. La atención del que se siente culpable está en el exterior, en la acción; y su temor, más centrado en el posible castigo o sanción; el foco de la culpa está en lo hecho.  En cambio, la vergüenza pone el foco en el interior y en los posibles déficits personales, en el sí-mismo; el vergonzoso piensa que el error es él mismo, que hay algo defectuoso en él; por eso su mayor temor es el abandono o el rechazo.

Vergüenza tóxica

La vergüenza tóxica es el doloroso estado de verse a uno mismo como un ser imperfecto y deficitario, creencia firmemente arraigada en nuestra mente, internalizada como una creencia básica de nuestro yo, de nuestra identidad. Se acompaña de signos físicos como bajar la mirada y la cabeza, detener el movimiento espontaneo y el habla, sentir deseo de esconderse a modo del caracol que se repliega en su concha, y acompañado por esos pensamientos autodepreciativos del tipo “no valgo” “jamás daré la talla” o “soy un fracaso”.

Es una vergüenza, la tóxica, que cuando aparece dura más tiempo y es más intensa y produce un efecto devastador en nuestra autoestima, facilitando que entremos en un bucle autodepreciativo del que nos cuesta salir. Con frecuencia, al aparecer, se acompaña de flashes y recuerdos vergonzosos almacenados en nuestra memoria.

Esta vergüenza tiene raíces relacionales tempranas, porque ese es el origen de la vergüenza: relacional. A partir de experiencias tempranas repetidas de desconexión y desregulación afectiva.

Por eso la vergüenza crónica surge en el ámbito de las relaciones significativas en el desarrollo. Si nuestros cuidadores están sumergidos en la vergüenza, la trasmitirán a la siguiente generación.

Una familia organizada alrededor de la vergüenza suele poner excesivo acento en el control y en no cometer errores; en ocultar la vulnerabilidad de sus integrantes y tender a la exigencia de un perfeccionismo inalcanzable donde nadie llegará a estar a la altura. En este tipo de familias está censurada la expresión de emociones, vista como señal de debilidad. La crítica constante, la atribución de culpa, forman parte de la vida cotidiana en estas familias, por lo que la aparición de desconfianza en los propios recursos en los hijos está servida. En definitiva, una familia organizada en la vergüenza deja a sus miembros inmersos en un reconocimiento insuficiente y en un aislamiento emocional.

La vergüenza tóxica resulta intolerable y sentimos vergüenza de sentir vergüenza por lo que  tendemos de forma automática a ocultarla con distintos tipos de estrategias defensivas, pero también puede ocurrir que esté tan oculta en nuestro inconsciente que no nos demos cuenta de su existencia.

 Las máscaras de la vergüenza

Esta vergüenza crónica obliga al que la padece a desarrollar estrategias para ocultarla y defenderse del dolor que provoca. A partir de la vergüenza crónica se van instalando una serie de máscaras de lo más variado: la retirada, la rabia, el desprecio, el control, el humor, la negación, el comportamiento violento y destructivo, el perfeccionismo, la procrastinación, la ensoñación y la disociación, la mitomanía, etc.

Estas máscaras intermedian entre la vergüenza y la psicopatología. Algunos autores señalan que la vergüenza recorre todo el espectro de los trastornos mentales, y esta idea hace decir a Broucek que “en mi propio trabajo clínico llego a la conclusión que si uno conoce la vergüenza, uno conoce la psicopatología”.

Diversos cuadros clínicos se han relacionado con la vergüenza o se ha señalado como relevante para su generación la presencia de la vergüenza crónica: fobia social, adicciones, anorexia-bulimia, trastornos paranoides, trastornos del ámbito narcisista y borderline, etc.

Una de las aportaciones más interesantes respecto a las máscaras de la vergüenza, las estrategias defensivas frente a ella, la elaboró Donald Nathanson, discípulo de Tomkins;  lo llamó La Brújula de la vergüenza,  en la que define 4 tipos  de patrones o guiones para enmascarar la vergüenza. Nathanson utiliza los binomios atacar-evitar y el de uno-otros para explicar estos guiones, que podemos definirlos desde el lenguaje actual del Modelo del Trauma por el empleo de dos dimensiones: una,  la de internalización- externalización (uno-otros);  la otra,  la de respuestas animales de movilización-inmovilización (atacar-evitar).  (ver fig. 1).

Los cuatro guiones para ocultar la vergüenza (según Nathanson) son:

  • atacarse a uno mismo ( defensa de movilización e internalización)
  • evitar la experiencia interna ( defensa de inmovilización e internalización)
  • atacar a otros ( defensa de movilización y externalización)
  • evitar a los otros ( defensa de inmovilización y externalización)

Brújula de la vergüenza de Nathanson (adaptada)

Vergüenza

Fig. 1

  • Atacarse a uno mismo

La persona vive inmersa en una autocrítica destructiva. La defensa se dirige hacia el interior, mostrando una defensa activa de autodaño. Se critica constantemente; ante cualquier exposición ante los demás, él mismo es el primero en juzgarse, en culparse. En este guión la persona se cree totalmente esas creencias derivadas de la vergüenza. Es una manera de anticiparse y autocastigarse para evitar la vergüenza derivada de la crítica de los demás.

  • Evitar la experiencia interna

En este guión la persona tiende a negar su vergüenza o llegar a no se darse cuenta de su existencia. La estrategia está dirigida a su interior y la defensa de inmovilidad disocia la vergüenza de la esfera de la conciencia. Se trataría de un guion de autoengaño, en el que se deja de lado o se ignora todo aquello que pueda poner en tela de juicio la propia imagen. El objetivo es que la vergüenza no salga a la superficie. La persona puede llegar a aturdirse con drogas o involucrarse en actividades que conllevan emociones intensas que conducen a ese objetivo de evitar la experiencia de la vergüenza.

  • Atacar a los otros

En este guión la defensa se dirige al exterior y es una defensa movilizadora, de ataque; la persona proyecta en los demás la crítica destructiva. Se puede entender como una manera de tener a buen recaudo la propia imagen depreciando la de los demás. Además, se atribuye a los otros la culpa de los propios errores o fracasos, evitando responsabilizarse de la propia conducta, y evitar de esta manera la vergüenza.

  • Apartarse de los otros

Aquí hay un reconocimiento doloroso de la propia vergüenza. Y es tan agudo que lleva a la persona a apartarse de los demás, del exterior. Hay una actitud de no tener contacto social, de evitar la exposición ante los demás, de evitar mostrar sus propias emociones y pensamientos. La aguda conciencia de la vergüenza lleva a este guión a poner la venda antes de la herida, para evitar sentir el posible rechazo de los otros.

Sanar la vergüenza crónica

La vergüenza crónica es relacional y su sanación pasa por la relación terapéutica. Enfermamos y nos sanamos a través de los otros.

En la vergüenza existe el conflicto de querer ocultarse y la necesidad de mostrarse y ser aceptados. Para disolverlo se necesita una aproximación lenta, indirecta. Se necesita tiempo. Más importante que recabar los datos de su historia es que el paciente se sienta escuchado con atención, reconocido y acompañado; lo que le faltó.

Los antídotos contra la vergüenza son el orgullo y la aceptación compasiva. El trabajo de aquellos momentos de autoafirmación tanto del pasado como del presente que permitan sentir al paciente un sentido de competencia y por lo tanto sentirse orgulloso de sí mismo se complementa con la aceptación compasiva de la propia vergüenza a través del trabajo relacional en terapia. Y una labor progresiva con ambos antídotos permite que vayan reblandeciéndose las distintas capas de la vergüenza.

 

Referencias

  • Patricia A. DeYoung : Understanding and Treating Chronic Shame: A Relational/Neurobiological Approach . Routledge, 2015
  • Robert G. Lee, Gordon Wheeler:  The Voice of Shame: Silence and Connection in Psychotherapy . Guestaltpress, 1996
  • Nathanson D.: Knowing Feeling: Affect, Script, and Psychotherapy (Norton Professional Books) 1996
  • Onno van der Hart, Katie Steele, Suzette Boon: el tratamiento de la disociación relacionada con el trauma. DDB, 2018
  • Broucek, F. J.  Shame and the self. The Guilford Press. New York. 1991
  • Freud, S. Obras Completas. 4ª. Ed Biblioteca Nueva Madrid, 1981.
  • Cyrulnik, B. Morirse de Vergüenza. Ed. Debate 2011

José Antonio Barbado Alonso

Psiquiatra y Psicoterapeuta

MIMAPA – Centro de Psiquiatría y Psicología en Ourense

 

 

 

 

 

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