Dosificando la culpa

Dosificando la culpa

La culpa: una emoción prosocial ¿omnipresente?

La culpa es una emoción autoconsciente que lleva implícito un proceso de autoevaluación de la forma de actuar de uno mismo para con los demás y la capacidad de reparar transgresiones cometidas en relación a los patrones -morales, sociales, religiosos…- aceptados por el grupo de referencia y que se presentan como salvaguarda de la supervivencia social, del mantenimiento del status quo, la cooperación y la convivencia grupal. Desde esta perspectiva, la culpa es una emoción positiva y prosocial, el punto de quiebre a partir del cual recuperar la aceptación de los iguales y de uno mismo tras cometer un error. Sin embargo, la culpabilidad también puede tener una afilada arista negativa al suponer la depreciación de la propia valoración, lo que mal gestionado conduce al extremo de ser limitante de la libertad individual, de la posibilidad de ser uno mismo, convirtiéndose en asfixiante, destructiva y germen de patologías mentales.

La culpa es una emoción exclusivamente humana que de no ser gestionada adecuadamente lleva asociada un juicio que puede situar al individuo del lado del bien o del mal, del lado de ser considerado por los demás y por sí mismo como buena o mala persona, incluyéndolo o excluyéndolo del grupo social de referencia, con todas las consecuencias que ello supone para el equilibrio emocional y el bienestar.

Es probable que la culpa sea una de las emociones más omnipresentes que podemos experimentar. El simple hecho de pensar que podríamos o deberíamos estar haciendo otra cosa, estar en otro lugar, actuar de otra forma, o pensar cómo los demás desearían que nos comportásemos, puede convertirnos en esclavas marionetas de la culpa.

 Culpables desde la primera infancia

Las emociones autoconscientes, como también lo es la vergüenza, requieren de un sistema cognitivo sofisticado, con un sentido del self -de sí mismo-, con capacidad para diferenciarse de los otros y que identifica las causas y consecuencias de los hechos. Sistema que comienza a desarrollarse en torno a los 2 o 3 años y se estabiliza sobre los 4 años. Teniendo esto en cuenta y que las normas sociales comienzan a interiorizarse a partir de los 17 meses, desde la primera infancia están presentes los elementos que acompañan a la culpa: la conciencia del yo, la capacidad de reconocer las acciones que crean pesadumbre, el conocimiento básico del contexto social, y la capacidad de tener intención para reparar la transgresión que facilita la reaceptación del grupo. Pero, ¿cómo se cocinan desde la infancia todos estos elementos para que la culpa acabe siendo reparativa o patológica?

Aprender a gestionar el sentimiento de culpa tiene mucho que ver con las figuras de apego. Durante la crianza, ante comportamientos inesperados del niño, las figuras de apego se apresuran a reprender al niño, le transmiten su enfado, la decepción que ha causado, haciendo que se sienta culpable con el fin de modificar su comportamiento; y puede ser que tras ese primer momento obliguen al infante a pedir perdón o reparar el daño producido haciéndole entender que así recuperará su confianza y su cariño. La culpa, desde este modelo de actuación, se convierte en una herramienta de manipulación, casi de imposición, que busca cambiar el comportamiento del niño en base a lo que se espera de él.

Cuando esto se repite y se le recalca al niño que es el causante de sentimientos de tristeza y rechazo usando expresiones como “estoy triste por tu culpa”, “que malo eres”, “mira lo que logras siendo malo” se le está enseñando a identificar los estados emocionales de los demás con sus actos, se le está educando en la culpa y haciendo que nazca en él el sentimiento de la vergüenza, ya que no se analiza lo que hizo sino su persona en general, por lo que éste terminará por adaptar su forma de ser, pensar y actuar para contentar a los demás, limitando su propio desarrollo.

El apego inseguro crea dependencias. En el caso de la culpa, crea la dependencia de estar complaciendo siempre a los demás para sentirse aceptado, valorado, querido, de depender del beneplácito de los demás para sentirse bien en un camino guiado por los miedos, las auto-recriminaciones, las inseguridades…

Sin embargo, en un contexto de crianza marcado por el apego seguro, en lugar de educar en la culpa, se educará en la reflexión sobre la transgresión y la reparación del daño, invitando y ayudando al infante a reflexionar sobre lo hecho abandonando cualquier actitud acusatoria y condenatoria hacia su persona, favoreciendo que se centre y se enfrente al error, que intente disculparse o subsanarlo y que ese punto sea el final del sentimiento de culpa.

En el primer caso, la experiencia de la culpa es desadaptativa y termina afectando a la valoración que el niño hace de sí mismo en general condicionándole en el resto de sus relaciones presentes y futuras, convirtiéndole en una persona avergonzada, con creencias irracionales tanto hacia sí mismo como sobre la responsabilidad propia hacia cualquier circunstancia. El niño pierde el control sobre su sentido de la responsabilidad y la culpa se convierte en inherente, en la base de desajustes psicológicos.

La delgada línea que separa la culpa de la vergüenza

Culpa y vergüenza son dos emociones autoconscientes cuya diferencia estriba no en la situación que las genera sino en la forma en la que se gestiona la evaluación de lo sucedido, especialmente de los actores implicados.

Mientras en la vergüenza el foco se pone en la autoevaluación de uno mismo o de la otra persona, “soy malo”, “eres malo”, generando una crisis de identidad en la que aparecen sensaciones de inferioridad e indefensión que conducen al aislamiento; en la culpa, la evaluación de uno mismo o del otro se desvía hacia al hecho concreto que ha causado el daño. El protagonista no es el actor sino su actuación, desencadenando remordimiento por lo sucedido, activando la empatía, la preocupación hacia los otros y, en consecuencia, el deseo de reparación.

Un enfoque equivocado en la gestión de la culpa puede convertir a la vergüenza en protagonista.

Culpa, asco y vergüenza: vecinos cerebrales

La culpa deontológica, aquella que aparece tras la ruptura de creencias y valores morales específicos, de normas interiorizadas especialmente en la infancia, y la culpa altruista que surge por situaciones interpersonales, dependen de redes neuronales diferentes.

La ínsula responde de forma selectiva ante la culpa deontológica, y esta parte del cerebro se relaciona con el procesamiento emocional y con el asco, por lo que el asco y  la culpa deontológica, desde la perspectiva anatómica y funcional, también están relacionados. La culpa que se siente por haber transgredido las normas morales puede llegar a generar aversión hacia uno mismo similar al asco.

En los casos de culpa deontológica se activa el cíngulo anterior –encargado del procesamiento de los aspectos emocionales y cognitivos de los estímulos- también activo cuando se siente vergüenza, y en la culpa altruista la parte más activada es una zona más anterior en el cortex prefrontal medial, más relacionado con las emociones empáticas y que incluyen a los demás.

La diferenciación de las áreas activadas según el tipo de culpa tiene relevancia en la psicopatología que desencadenan. Así, el procesamiento desadaptativo de la culpa altruista parece estar más presente en estados depresivos, y el procesamiento anómalo de la culpa deontológica aumenta el riesgo de trastornos obsesivo-compulsivos y cuadros psicóticos posteriores.

La culpa como aprendizaje hacia la observación y la aceptación

Se tiende a valorar lo que se hace o sucede como bueno o malo, juzgando y culpando casi de forma automática e inconsciente en busca de la recompensa de ser la parte buena, esa que se lleva la autocompasión y la simpatía de los demás.

Nos afanamos en juzgar personas y acciones obviando que el sentimiento de culpa está ligado a la escala de valores de cada uno, producto del ambiente en el que ha crecido y de la libertad individual, por lo que no todas las personas experimentan culpa ante las mismas cosas.

Si a ello se le une que las personas necesitan del espejo de los demás para descubrirse así mimas y que la culpa va acompañada de la autoevalución reflexiva, en dosis adecuadas la culpa, igual que la vergüenza, puede ser una emoción para el autoconocimiento y el aprendizaje  que va más allá del hecho concreto, y ser una herramienta de superación y de aceptación de acciones y decisiones sin juzgar y fustigar, tanto a uno mismo como a los demás.

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