Cinco vectores para cuidar la salud mental

Cinco vectores para cuidar la salud mental

Salud mental: un objetivo a perseguir durante toda la vida

La salud mental no es la ausencia de enfermedad mental. Es la presencia de un delicado equilibrio físico, emocional, mental y relacional que nos permite un mayor autoconocimiento y un mayor bienestar y disfrute en la vida. Visto así,  la salud mental es un objetivo a perseguir durante toda la vida.

Les contaré, brevemente, sobre 5 cuestiones importantes sobre las que pivota lo que hemos dado en llamar salud mental: las crisis de la vida, los hábitos de la vida cotidiana, la salud emocional, la red social y el proyecto vital.

Las crisis de la vida

La aparición de sufrimiento emocional y de psicopatología tiene dos “momentos” claves en la biografía personal. El primer momento, en los primeros años de la vida, en los que el entorno social temprano esculpe el cerebro del niño, y un segundo momento, con frecuencia en la adolescencia o en la etapa de adulto joven, cuando un acontecimiento vital adverso abre la caja de pandora. Esos eventos son los que podemos llamar las crisis de la vida. Prácticamente en la totalidad de los primeros episodios de cualquier trastorno encontramos una crisis vital relacionada. Después, en los siguientes episodios, en lo psicopatológico influyen más factores y parece adquirir vida propia, como si una vez encendido tendiera a repetirse. De hecho, un porcentaje alto de las consultas de psiquiatras y psicólogos  son de personas que están atravesando una crisis vital.

Las crisis de la vida, por tanto, acostumbran a ser una fuente de estrés y de desencadenamiento de psicopatología.

Algunas personas las resuelven por su cuenta y manera, pero otros necesitan acudir a buscar ayuda; ya que si no se le pone remedio, los problemas pueden cronificarse. Un terapeuta sistémico, F. Pitman,señaló que estas crisis podrían ser de dos tipos: las previsibles y las imprevisibles.

Crisis imprevisibles:

Es el tipo de crisis más simple y que, habitualmente, muchas personas o familias resuelven por sí mismas, sin necesidad de solicitar atención.

En este tipo de crisis existe una desencadenante claro, real, fácilmente identificable, que la persona rápidamente contesta cuando se le pregunta con qué relaciona su sufrimiento. Muchas veces es un evento, la tensión externa, que nadie hubiera podido prever. Ejemplo de este tipo de crisis son: un fallecimiento repentino en la familia, un revés económico, un accidente, la pérdida del puesto de trabajo…

Mencionábamos antes que muchas personas enfrentan estas crisis solas sin pedir ayuda, y tras un tiempo de gestión de la crisis vuelven a un funcionamiento normal. Y éste es el enfoque para enfrentarse a esta crisis y/o acompañar desde un modelo de ayuda: asimilar el golpe, adaptarse a la nueva situación generada, y volver a un funcionamiento normal. Hay que dar tiempo al proceso, y saber que cada proceso y cada persona tienen su “tempo” para ello.

El peligro en este tipo de crisis ocurre cuando en el intento de encontrar explicaciones a lo ocurrido, se inicia la búsqueda de culpables, o la gente empieza a pensar en lo que podía haber hecho pero no hizo, o en lo que hizo pero no debería haber hecho;  o quizás intentar prevenir en el futuro lo que por definición es imprevisible. En definitiva, cuando teñimos lo ocurrido con nuestros miedos y nuestras creencias y vamos más allá. Epicteto lo expresó así: “Lo que nos perturba no son los hechos, sino lo que pensamos sobre ellos”

Crisis previsibles:

Al contrario de las anteriores, éstas son un tipo de crisis, previsibles. Son las crisis que ocurren en las etapas normales del ciclo vital de toda persona. Ejemplo de estas crisis son: casarse, nacimiento de un hijo, el inicio de la actividad sexual de un hijo adolescente, la jubilación, el primer desengaño amoroso, la marcha de los hijos del hogar…; se podría afirmar que son de algún modo universales, que se pueden prever en nuestro contexto cultural.

Se puede decir de estas crisis que son “inevitables”, que sabemos que van a ocurrir sí o sí; y sin embargo es frecuente ver sufrimiento emocional relacionado con estas crisis. Personas sobrepasadas y abrumadas por algo que sabían que debería ocurrir, pero que, de alguna manera, se resisten a ello, o simplemente no tienen recursos para asimilarlo y manejarlo y se acaba en una crisis. Convierten una transición normal del ciclo vital en una crisis.

Lo más importante que se puede decir para el manejo de este tipo de crisis es que el individuo y/o la familia, de algún modo, están “obligados” a adaptarse a esta situación,  y tienen que saber que no hay nada de especial o extraordinario en lo que les ocurre, y que suelen ser frecuentes estas crisis que también llamamos de “desarrollo”, que surgen en el despliegue del ciclo vital.

Estas crisis de desarrollo suelen ocurrir cuando la familia tiene dificultades para asimilar los cambios y adaptaciones que le exige el ciclo vital. Cada transición del ciclo vital, cada rito de paso individual o familiar tiene su momento y su proceso, pero, a veces, intentamos detenerlas o provocarlas antes de tiempo, generalmente impulsados por la mochila que llevamos de nuestra vida personal y terminamos interfiriendo en estos procesos normales de nuestra vida, o de la vida de otros.

La vida tiene su propio discurrir, y con sus crisis debemos hacerlas comprensibles y con ello, asimilables.

 

Los hábitos de la vida cotidiana

Se podría afirmar lo siguiente: enfermamos por la manera en que vivimos.

Tres cosas introducimos en nuestros organismos que le van a afectar de una u otra manera: lo que ingerimos como alimento, el aire que respiramos y cómo respiramos, y las impresiones que reciben nuestros sentidos. Las medidas higiénico-dietéticas forman parte, o deberían, de cualquier plan de tratamiento, y de cualquier médico.

Todo médico debe hacer una valoración de cómo vive el día a día su paciente. Cada uno de nosotros, periódicamente, tendríamos que revisar cuales son nuestros hábitos. No solo si hacemos ejercicio o no, nuestros hábitos de sueño, o el consumo de tóxicos, también la alimentación más o menos saludable que hagamos el aire que respiramos y cómo es nuestra respiración (profunda, calmada, rápida, superficial…) ya que es un indicador fiable de cómo está nuestro sistema nervioso autónomo, sino que, además, y muy importante, qué impresiones y emociones alimentan cada día nuestro corazón, nuestro espíritu.

La salud emocional

Es ya una evidencia la importancia de las emociones en la salud mental. Es interesante recordar que la palabra PATOLOGÍA significa ciencia de los afectos; y es algo sobre lo que cada vez hay más datos: que la alteración del afecto trae problemas de salud mental y también física.

Nuestra visión de la realidad y nuestra conciencia personal  son el producto de nuestras emociones más que de nuestros pensamientos. La naturaleza humana es esencialmente emocional.

Las emociones son adaptativas, son un sistema de señales que nos dan cuenta de nuestro entorno y nos preparan para actuar, para la acción.

Por todo ello una educación en todo lo emocional puede proporcionar una base sólida para la salud mental. Pero educar en emociones no se realiza a través de la razón, sino a través de la experiencia.

Educar en conocer las emociones, es decir, en saber identificarlas en uno mismo y en los demás. Identificar la sensación corporal que las acompaña, y ser capaces de nombrarlas.

Educar en la regulación emocional. Sabemos de la importancia del vínculo primero y la crianza en dotar al niño de una adecuada regulación emocional. Las emociones necesitan expresarse, pero de forma controlada. De alguna manera podemos decir que la historia de la civilización es una historia de cómo el hombre ha ido educando sus emociones y su parte animal.

Y educar en empatía. La empatía no se aprende en un libro. Se desarrolla en el contexto de un apego seguro durante la infancia, donde la sintonización empática y la reparación ha sido vivida e interiorizada de forma repetida. La empatía facilita relaciones más sanas y una comunicación más compasiva.

La red social

El ser humano es eminentemente social; para conseguir armonía en su desarrollo y un correcto equilibrio emocional necesita mantener lazos afectivos y de comunicación con sus iguales. Existen innumerables datos que evidencian que una amplia red social personal estable, activa, confiable, protege contra las enfermedades, acelera la curación, alarga la vida.

Todos hemos comprobado que en situaciones de alarma, el sufrimiento se mitiga sobremanera con la presencia de figuras familiares; en las situaciones de crisis regresamos a nuestro refugio seguro. No es lo mismo elaborar un duelo, solo, en la distancia, en un país extranjero, que rodeado de toda la familia. Desde pequeños ya buscamos la mirada de la madre para calmarnos.

La red, la familia y las amistades, además, dan sentido a nuestra vida, nos dan razones para seguir viviendo. Además la red sirve de monitor de la salud: ¿no te parece que estás bebiendo demasiado? ¿Te noto un poco triste? Ellos están pendientes para que no nos abandonemos. Una buena red social favorece que mantengamos buenos hábitos de vida.

Hay que cultivar y mantener la red social. Lo psicoterapéutico también crece y prospera dentro de nuestras relaciones familiares, sentimentales y amistosas;  en otras palabras, la soledad nos ayuda a enfermar; los vínculos nos ayudan a curar.

El proyecto vital

El hombre es un ser que vive en el tiempo. Su vida tiene un curso, un flujo temporal por un camino en etapas que le lleva del nacimiento a la infancia, juventud, la época adulta, el envejecimiento y la muerte. Pero lo más importante es que sobre este recorrido o camino de la vida se construye y elabora una HISTORIA VITAL. Esta historia es un guión que cada uno escribe con las materias primas de la experiencia, los deseos, las ambiciones y los condicionantes culturales.

Por PROYECTO VITAL entendemos la pauta que dirige una vida humana en particular, en un momento dado; es el conjunto de creencias, expectativas, relaciones significativas, contexto social e historia personal que hacen de esa persona un ser único.

La patología psiquiátrica ha sido definida, en frase afortunada, como una “patología de la libertad”. Efectivamente, padecer un trastorno psiquiátrico, entre otras cosas, conlleva una afectación del PROYECTO VITAL, que se altera, se frustra, se paraliza, como consecuencia de dicha patología o viceversa; cualquiera de estas posibilidades trae consigo la aparición de psicopatología. Efectivamente, cuando el proyecto de vida de una persona se torna difícil, cae en la angustia, cuando se vuelve imposible, se sume en la depresión, y cuando consideramos que ya no existe proyecto posible alguno, sobreviene la desesperación. La angustia y la depresión son síntomas, pero también son señales que nos avisan que algo está ocurriendo en nuestras vidas, que algo no marcha como queríamos. Revisemos nuestros proyectos vitales, pero recordando que lo más importante en tener alguno.

Como terapeutas nuestra misión no es solo el diagnóstico y tratamiento de tal o cual trastorno; también lo es ayudar al paciente a reconstruir su PROYECTO VITAL, a recuperar su LIBERTAD.

 

José Antonio Barbado Alonso

Psiquiatra y Psicoterapeuta

MIMAPA – Centro de Psiquiatría y Psicología en Ourense

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