- Se puede reducir de forma considerable el uso de psicofármacos.
- Se pueden utilizar dosis mínimas de psicofármacos con mejores efectos en la salud mental general de los pacientes.
- Usar los psicofármacos para mejorar las capacidades funcionales de los individuos y huir de la cronicidad.
Salud mental y psicofármacos
Parto de la idea de que la etiología de los trastornos mentales no es exclusivamente genética ni biológica. Todavía no se ha descubierto el gen que dé una explicación al origen y/o predisposición para padecer cualquiera de los trastornos mentales recogidos en los sistemas de clasificación actuales. Y, sinceramente, y desde mi humilde opinión de psiquiatra de la calle, creo que jamás encontraremos un gen en el origen, pues, entre otras cosas, estos trastornos son fruto del consenso de los expertos, que han considerado la necesidad de que manejemos un lenguaje común que permita entendernos y también justificar los tratamientos.
La etiología de los trastornos mentales es biopsicosocial. Es decir, un entramado de razones biológicas, psicológicas y sociales es lo que determina el que en un momento determinado del ciclo vital surjan los trastornos mentales. Y estos tres elementos no se pueden aislar, pues lo psicológico y social es también biológico. Nuestras reacciones ante los acontecimientos, nuestras experiencias, tienen un correlato biológico.
Lo cerebral y lo mental son las dos caras de la misma moneda, no es posible lo uno sin lo otro.
Partiendo de estas premisas, la solución a los trastornos mentales no puede ser exclusivamente “biológica”. Además, en Salud Mental dos y dos no siempre son cuatro. Quiero decir que no somos solo serotonina, dopamina y noradrenalina. Estos transmisores están relacionados con los síntomas de los trastornos psiquiátricos, pero no lo explican todo. La depresión no es exclusivamente una bajada de serotonina. Ni las alucinaciones un exceso de dopamina en determinadas áreas cerebrales. El cerebro y lo mental son algo más complejo y no meras matemáticas de primaria –no sé si unas matemáticas más complejas podrían dar explicación a los desequilibrios químicos que acompañan a la sintomatología mental-.
Así pues, los psicofármacos son una herramienta más, y, de ningún modo, prescindible. Pero nunca debería ser la única opción y, añadiría yo, tampoco debería ser la opción principal, ni tan siquiera en esos trastornos “más graves”, que más nos asustan como son los del grupo que engloba lo psicótico.
Me atrevería a decir que, como en otras especialidades médicas, a mayor miedo e indefensión frente a la gravedad de los síntomas, mayor intervencionismo médico. Es muy humano reaccionar así ante lo que tememos, ante lo que vivimos como peligroso, en ese contexto de inseguridad, es difícil actuar con serenidad, calma y confianza. Nos ponemos en modo “defensivo“ y arremetemos con toda la artillería pesada frente a esos síntomas. Con la nefasta consecuencia para los pacientes que lo sufren, a los que, además, infantilizamos al negarles toda capacidad de decisión y al hacerles sentir que están a merced de su enfermedad. Esquizofrenia, trastorno bipolar, depresión mayor…diagnósticos que convierten al paciente en prisioneros, en reos de su enfermedad y de los tratamientos farmacológicos. Ya nunca más serán libres, ya nunca más podrán tener las riendas de su vida.
Los psicofármacos como estabilizadores
Últimamente, lo cual es esperanzador, estamos recuperando en psiquiatría el concepto de lo traumático no solo para explicar el Trastorno por Estrés Postraumático o el Trastorno de Estrés Agudo, sino también para explicar el origen de todos los trastornos. No es que no lo consideráramos, pero no se le daba el peso que se merecía. Que esto esté ocurriendo en los últimos años, repercute sobre todo en el tratamiento de la clínica psiquiátrica.
Si lo experiencial es importante, también lo es la psicoterapia que es el camino para poder revertir las secuelas de las experiencias traumáticas, a través de diferentes estrategias psicoterapéuticas que conllevan procesos de reconsolidación de la memoria con los consiguientes beneficios en la sintomatología y en el funcionamiento global del individuo.
Desde los conocimientos actuales sobre cómo el trauma repercute en el desarrollo cerebral y psicoemocional del individuo, entendemos los síntomas como mecanismos defensivos que nos han ayudado a sobrevivir y que siguen operando porque inconscientemente la persona sigue “defendiéndose” de lo que ha supuesto en ella una amenaza. Cuando el paciente, a lo largo del proceso psicoterapéutico, comienza a comprender que la amenaza no es actual, sino que pertenece a un pasado en el cual la indefensión era evidente, entonces esos mecanismos pueden relajarse y el paciente comenzar a sentirse más en calma y operar desde una parte adulta realista, coherente, capaz de razonar desde la tranquilizad y la confianza que le da el saberse con recursos que le permiten afrontar los problemas de la vida diaria.
En este contexto, para mi el uso del psicofármaco debería reducirse a un papel estabilizador. En ese momento en el que la sintomatología aguda del paciente le impide ser capaz de sentirse seguro en la relación interpersonal (incluida la relación con el clínico que lo trata), además de repercutir negativamente en la capacidad de función reflexiva y de mentalización, básicas para poder llevar a cabo la psicoterapia.
Junto con los psicofármacos, otro recurso a considerar en la estabilización del paciente agudo es el que le brinda encontrarse en un entorno seguro (a veces, es necesaria la hospitalización, la cual debería considerarse como recurso garante de la seguridad y confianza). Aquí, me gustaría destacar la importancia del trabajo con el entorno natural del paciente, su familia, amistades, pareja… Trabajar con ellos para favorecer mecanismos de corregulación. Ello conlleva que entiendan el proceso, que confíen en sus capacidades (de ellos y del paciente), que se sientan seguros con lo que hacen o no hacen, etc…
Es importante que no olviden que la persona con un trastorno mental no ha dejado de ser persona. Es decir, tiene sus filias y sus fobias, como cualquier otro; y tiene emociones y sentimientos como cualquiera. Lo cual significa que puede ponerse triste, alegre, angustiarse, enfadarse y desconfiar como cualquier otra persona. Que tiene su propia autonomía y capacidad de decisión, mermadas en los momentos de crisis aguda, pero que progresivamente ha de ir recuperando y hemos de contribuir a ello. El problema de muchos pacientes, ya crónicos, es lo que conlleva la cronicidad: infantilización, aislamiento social, incapacitación…pérdida del sentido de sí mismo, anulación del yo…
El objetivo primordial de la psiquiatría debería ser reducir al máximo el pool de pacientes crónicos. El uso exclusivo de la medicación o como pauta principal de tratamiento, favorece la cronicidad.
Concluyendo, considero que el uso de psicofármacos debería ser puntual y, en casos de mayor riesgo de recaída, a dosis mínimas, con el objeto de estabilizar al paciente y favorecer el que pueda realizar un trabajo psicoterapéutico profundo que ahonde en trabajar con las secuelas de las experiencias traumáticas, conscientes y/o inconscientes, que están en el origen de la sintomatología actual.