TDAH: un nicho de niños sobrediagnosticados y estigmatizados
Resulta significativo que el psiquiatra estadounidense Leon Eisenberg, quien en los años 70 consiguió que la gente creyera que el Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) es una enfermedad de causas genéticas con la que se nace, y que bajo ese diagnóstico trató a cientos de niños con psicofármacos, reconociera, en los últimos compases de su vida, que el TDAH es un ejemplo de enfermedad ficticia, y alertara del sobrediagnóstico de lo que él mismo consideraba y muchos siguen entendiendo como una enfermedad caracterizada por distracción, periodos breves de concentración, inquietud motora, inestabilidad emocional y conducta impulsiva provocado por desequilibrios químicos del cerebro.
El reconocimiento del TDAH como enfermedad mental ha creado un nicho de niños estigmatizados por ser impetuosos, ruidosos, juguetones, y presentar dificultad para seguir las normas y concentrarse en aquello sobre lo que tienen una obligación; niños etiquetados como enfermos y tratados con psicofármacos, cuando después de décadas de investigación no se han identificado condiciones neurobiológicas ni genéticas que conlleven esas manifestaciones y que ninguna prueba diagnóstica haya evidenciado tal enfermedad.
A pesar de ello, algunos sectores siguen insistiendo en que el TDAH es un trastorno neurobiológico crónico de transmisión genética que genera dificultades cognitivas, académicas, conductuales, emocionales, sociales y familiares, y que afecta a entre un 5 y un 10 por ciento de los niños. Creencia que conduce a tratarlos como enfermos sometidos a medicaciones estimulantes, no exentas de riesgos a largo plazo, que potencian su rendimiento y minimizan o anulan esas particularidades que los hacen especiales, convirtiéndolos en niños más tranquilos y adaptados a lo que el sistema espera de ellos.
No son niños enfermos, pero si niños que presentan una forma de ser y una personalidad diferentes que requieren de una mayor atención e implicación de los padres, y de metodologías didácticas distintas y contextos educativos más motivadores por parte de los educadores, pero están lejos de necesitar un diagnóstico de enfermedad mental y fármacos que dañan su auto-concepto y que, en la mayoría de los casos, terminan por provocarle frustración, ansiedad, depresión, trastornos de conducta.
Cambiar el enfoque sobre el TDAH
Identificar las manifestaciones asociadas al Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad como algo negativo que conduce al fracaso del niño en todos los niveles es uno de los múltiples errores que acompañan a esta mal llamada enfermedad. El enfoque desde el que se aborden esos patrones de pensamiento y actitudes diferentes sí puede condicionar el futuro de los niños. Centrarse en anular esas cualidades que les hacen especiales a través de psicofármacos es limitar su potencial, más cuando existen opciones que permiten moldearlas para resaltar su valía.
Criticamos la impulsividad de los niños cuando realmente es cualidad propia de la infancia, de mentes abiertas, creativas, que quieren asumir nuevos retos y descubrir lo desconocido. Cuando hablamos de impulsividad nos referimos a espontaneidad, que va unida a un elevado componente de curiosidad que permite a estos niños tener la habilidad de descubrir con rapidez detalles que para la mayoría pasan inadvertidos, y que les ayuda a concentrarse en aquello que realmente les interesa, porque lo repetitivo les aburre. Esa misma curiosidad les conduce a tener una reforzada capacidad de adaptación que los predispone a ser personas equilibradas emocionalmente.
TDAH como trastorno de causas psicosociales
El Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad está ligado a factores ambientales que abarcan desde malos hábitos de salud de los padres hasta las influencias emocionales negativas del entorno familiar, social y escolar, en el marco de una cultura que incentiva la dispersión de la atención y que somete a los niños a múltiples estímulos que se suceden con rapidez.
Son niños con una mente abierta, inquieta, cazadores de novedades, ingeniosos, a los que hay que descubrir. Descubrir en el sentido de conocer si su trastorno de inadaptación al sistema escolar, si su forma de ser inquieta y su comportamiento disfuncional en el entorno familiar, esconde razones psicosociales que explican sus problemas de conducta que no requieren de medicación pero sí de psicoterapia hacia él y hacia su entorno familiar.
La psicoterapia permite ir descubriendo situaciones ante las que el niño se siente abrumado – y adopta comportamientos que son reclamaciones disfrazadas hacia un cambio en la dinámica familiar o educativa. A medida que se van identificando y solucionando problemas en el entorno del niño, con la ayuda de terapias como Neurofeedback o el uso de realidad virtual, el niño mejora su atención, impulsividad e inquietud, aprende a controlarlas y a que funcionen a su favor. Teniendo en cuenta que los padres con niños diagnosticados con TDAH sienten mayor preocupación por las consecuencias desadaptativas en la escuela y su principal objetivo son los buenos resultados escolares.
Con el enfoque actual, afirmar que un niño tiene Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad es poner sobre sus hombros una serie de adjetivos de carga negativa que lo llevan a identificarse con lo enfermo, lo rechazado, lo anormal, cuando lo que realmente sucede es que todo lo que rodea al TDAH demanda una mirada crítica, desde el tratamiento farmacológico hasta el papel de la familia y el modelo de sistema educativo, que evitará el sobrediagnótico actual y peor tratamiento.