Terapia: chispazos de resonancia que remodelan el cerebro del paciente
“I see you”. Es el saludo que se dicen los miembros de la tribu Na`vi en la película Avatar. La frase no es un “Te veo” puramente sensorial, normal; el “I see you” de Avatar va mucho más allá, es un “veo dentro de ti”, “veo de verdad quién eres”, “estoy conectado contigo”, “nos vemos”, “soy testigo de tu mundo interior”. El espíritu de la película transmite que sin esta conexión no puede haber descubrimiento interior ni auténtica libertad.
De forma más técnica, Eugene Gendlin conceptualizó esta experiencia denominándola SENTIRSE SENTIDO. Se suele definir esta “sensación sentida” como una experiencia interna de emociones y significados relacionada con situaciones concretas y en relación con otro/s. Gendlin explicaba que esta experiencia presentaba diversas características.
- Es una experiencia emocional, porque un movimiento emocional es el motor que despliega lo experimentado. Es también corporal, porque la sentimos localizada en alguna parte de nuestro cuerpo, y si la observamos podemos notar como se desplaza y termina ablandándose, siendo seguida, después, quizás por imágenes, quizás por palabras, o ambas.
- Es una sensación inmediata y actual, solo experimentable en el aquí y ahora, en el momento presente. Cuando recordamos algo podemos darnos cuenta que con las primeras palabras se enciende el cuerpo emocional y nos trae un retazo de la emoción original; y entonces la reexperimentamos en el momento presente, porque es solo ahí en donde nuestro cuerpo vive.
- Por último, la sensación sentida es preconceptual. Lleva en sí misma el significado, percibido como un presentimiento, un saber que viene del interior. La experiencia construye un mini-guión nuclear de lo vivido, de lo ocurrido. Por esta razón, revivir lo experimentado en el aquí y ahora nos permite alcanzar una mayor comprensión y añadir nuevas visiones que nos ayuden a cambiar nuestra manera de sentir aquello que pasó.
La conexión entre terapeuta y paciente enriquecida emocionalmente y en un espacio seguro tiene la capacidad de cambiar patrones neuronales y transformar la mente.
Daniel Siegel dió una vuelta de tuerca más a la elaboración de la experiencia de sentirse sentido, enmarcada dentro del campo intersubjetivo de la psicoterapia. Para Siegel una conexión entre terapeuta y paciente enriquecida emocionalmente y en un espacio seguro tiene la capacidad de cambiar patrones neuronales y transformar la mente. Para ello establece tres características en el terapeuta que permiten elicitar estos momentos de sensación sentida: presencia, sintonía y resonancia.
- Por presencia se refiere a la capacidad de estar presente en nosotros mismos, de ser conscientes de nuestro espacio mental, de nuestro yo observador. En estado de presencia podemos recibir los contenidos de la conciencia del paciente con aceptación, sin reaccionar ante ellos, dejando de lado nuestro ego y sus pre-juicios.
- El estado de presencia permite el siguiente elemento, la sintonía. Por sintonización emocional Siegel entiende el proceso en el que “focalizamos nuestra atención en otros y llevamos su esencia a nuestro propio mundo interno”. Esta definición incluye un aspecto central de la sintonía: la interocepción en el terapeuta de una representación fiel de lo que está sintiendo el paciente en ese momento. Siento lo que el paciente está sintiendo. Se representa en mí un mapa emocional del estado del paciente. Esto nos lleva como correlato a que solo un autoconocimiento profundo en el terapeuta le va a permitir no confundir estos fenómenos sintónicos con sus propias emociones.
- Finalmente, la presencia y la sintonía disponen la base para que ocurra el último fenómeno: la resonancia. La resonancia según Siegel “es el acoplamiento de dos entidades autónomas en un todo funcional”. Terapeuta y paciente, a modo de un baile, se acoplan, se conectan y esta resonancia se acompaña de la experiencia de sentirse sentido. Si ambos, terapeuta y paciente, fueran dos campos diferenciados de energía veríamos el fenómeno de resonancia como un chispazo de energía que conecta ambos campos energéticos y los redefine.
Para Siegel, como para otros terapeutas relevantes a lo largo de la historia de la psicoterapia, no importa tanto el modelo clínico como esta capacidad de producir estos chispazos de resonancia que remodelan el cerebro del paciente. Y esto nos señala dos cosas: primera, que es a nivel de la memoria implícita somática y emocional donde se juega la posibilidad de transformación sanadora en terapia; y segunda, que igual que la mente surge en un campo intersubjetivo, también crece y sana en ese mismo contexto relacional.
El encuentro terapéutico
Daniel Stern, psicoanalista relacional, habla de la importancia de los “momentos” en el curso de la terapia. Describe el “momento presente” como un trazo de interacción entre dos personas en el que el darse cuenta entra en el campo de conciencia. Los momentos presentes serían como las unidades básicas de la experiencia. El momento presente tiene una duración de segundos, con un principio y un final, y es siempre una experiencia sentida. Cada momento presente es inefable, es indomesticable, es microhistoria vivida, no relatada. Desde la concepción del tiempo objetivo podemos ver los “momentos” como puntos de una línea continua del tiempo. Pero el tiempo vivido, subjetivo, no es así, es discontinuo; los momentos son como trazos de eventos separados entre sí por espacios vacíos. Un ejemplo de línea temporal continua, solonossentimosvivosenelaquíyahora; la experiencia vivida momento a momento nos mostraría: “solo nos sentimos vivos en el aquí y ahora”. Cada palabra, cada momento es vivido en sí mismo, por sí mismo; y solo en el relato, al narrarlo, adquieren un sentido de continuidad.
El cambio en terapia se basa en la experiencia vivida y entender, narrar o explicar no es suficiente.
Describe un tipo particular de momentos, los llama “momentos de encuentro” que enlaza con los conceptos anteriores de sentirse sentido y de resonancia emocional entre terapeuta y paciente. Los momentos de encuentro son momentos especiales, que ponen a prueba la terapia. Son los momentos de encuentro en los que la experiencia sentida por ambos, su calidad de autenticidad, reorganizan el campo intersubjetivo, y este da un salto a una mayor apertura y a una mayor coherencia. Es una experiencia sentida que en sí misma no necesita ser verbalizada para que genere cambios; es como hablábamos antes, cuando se producen “chispazos de resonancia”. No se trataría del empleo de respuestas técnicas del terapeuta, sino solamente de su autenticidad emocional como persona.
La terapia vista de esta manera cambia la forma de trabajar del terapeuta. Al situar el momento presente, el aquí y ahora, en el centro del trabajo terapéutico, obliga a prestar especial atención al surgimiento de estos momentos de encuentro, de estas posibilidades de chispazos de resonancia. Para ello, el terapeuta debe de estar atento simultáneamente al contenido verbal y a lo que está ocurriendo a nivel implícito.
El terapeuta, además, ha de mantener alejado de sí dos cosas: el ego, sobre todo el ego curandis; decía Manuel Siota, compañero en mi periodo de formación, que “la locura del terapeuta es creerse con el poder de curar”; y la segunda cosa es dejar de lado sus teorías; las teorías, las técnicas, los procedimientos son necesarios e interesantes; pero una vez aprendidos e incorporados han de olvidarse, y dejarlos en el cajón; cada vez que iniciamos una sesión de terapia, ahí solo están dos personas dispuestas a establecer una conexión emocional íntima. Escondernos detrás de las técnicas y de las interpretaciones nos puede hacer perder oportunidades excepcionalmente creativas, porque una cosa es la comprensión cognitiva de la experiencia y otra cosa distinta el enriquecimiento de la propia experiencia.
La terapia, como la política, es el arte de lo posible. Debemos adaptarnos, como un camaleón, a las condiciones particulares de cada paciente; hasta dónde es capaz de llegar, aceptar si no quiere seguir más; y conformarnos con aquellos que solo quieren venir de vez en cuando. Si en nuestra mente tenemos el concepto de los momentos terapéuticos y de su capacidad de transformación, cualquier sesión, en cualquier momento, es una oportunidad para el cambio.
La terapia, en definitiva, sería apreciar de manera profunda la experiencia del paciente, sentirla y compartirla con él para que se produzca un enriquecimiento en el paciente de “saber quién es” y de cómo es “estar con él”.
Termino recordando una conocida frase de El Principito: “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”.
Y exactamente ese es el secreto de una buena terapia.
Referencias
- Edgardo Riveros Aedo: Focusing desde el corazón y hacia el corazón. Una guía para la transformación personal. DDB, 2015
- Daniel Siegel: Mindsight: Transform Your Brain with the New Science of Kindness . Oneworld Publications, 2011
- Daniel Stern: El momento presente. Cuatro Vientos, 2017
José Antonio Barbado Alonso
Psiquiatra y Psicoterapeuta