La salud mental de los adolescentes: ¿qué está sucediendo?

La salud mental de los adolescentes: ¿qué está sucediendo?

Salud mental de niños y adolescentes: ¿qué ha cambiado?

El comentario habitual entre los profesionales de la salud mental infanto juvenil es que nos estamos encontrando con patología no vista hasta la fecha entre esta población. El problema no es baladí. Todo lo contrario. No sólo es algo “desconocido”, sino que además es grave si no somos capaces de hacer un buen abordaje.

Llama la atención que acuden a los profesionales con el diagnóstico hecho: han buscado en internet, lo hablan entre ellos y, casi todos, se autodefinen como TID (Trastorno de Identidad Disociativo). Si bien es verdad que el diagnóstico existe, también es cierto que es un diagnóstico muy cuestionado entre los profesionales y, sobre todo, llama la atención el que haya pasado de ser una rareza, a ser casi una
epidemia entre los adolescentes y preadolescentes.

Que vengan con la etiqueta puesta y quieran ser diagnosticados por el profesional (lo cual da más consistencia a su diagnóstico), llama la atención, cuando lo habitual era encontrarnos con adolescentes traídos por sus padres, a contra gusto, en contra de su voluntad, que lo último que querían era que les etiquetásemos con un trastorno mental y, por supuesto, la medicación era algo que se les imponía. Hoy nos encontramos que quieren la etiqueta. Y yo me pregunto, ¿no es esta necesidad consecuencia de una crisis identitaria de dimensiones infinitas?

Desde mi punto de vista, sí. Hay un gran problema en la construcción del self, de la propia identidad. Siempre, en esta etapa del ciclo vital, la crisis identitaria ha sido un elemento más que la define. ¿Quién soy? ¿Cuál es mi grupo? ¿Qué quiero ser de adulto? Rebelarnos, tratar de transgredir los límites… formaban parte de ese reto de diferenciarnos y hacernos autónomos, crear nuestra identidad propia que nos diferenciaba de nuestros padres y mayores en general.

¿Cuál es el contexto actual en el que se produce el desarrollo?

  • Padres que se han sentido víctimas de sus propios padres, de los profesores, de los adultos en general…y que a la hora de educar a sus hijos han decidido que no les van a hacer pasar por lo mismo; o sea, hemos pendulado del autoritarismo (que no de la autoridad) a la sobreprotección. Hay dificultad para poner límites y esa dificultad en muchos casos se convierte en miedo por las supuestas consecuencias negativas en los hijos. Y, ya no digamos cuando surge la respuesta desregulada de los hijos (a modo primero de berrinche, luego de crisis de agitación-ira, luego de amenaza suicida…). Entonces la poca “fortaleza” que se presupone, y de la que se carece en muchos casos, desaparece. El hijo carece de un referente fuerte que le ponga un límite claro a su conducta y eso hace que se sienta “perdido”, desorientado, sin un claro referente…
  • Profesionales que, con buena fe, ven trauma detrás de cada síntoma y que abogan por adoptar todo tipo de medidas que eviten la traumatización de los niños. El riesgo es tratar a los niños y adolescentes como seres totalmente indefensos a los que hay que sobreproteger. Se les sustrae la responsabilidad que todos tenemos de vivir. Y vivir no es solamente disfrutar. No se trata de ser felices. Se trata de aprender a superar y afrontar los problemas. La felicidad no puede ser un fin en sí mismo. Es una consecuencia, fruto de un esfuerzo, de una dedicación, etc…
  • Hay una tendencia a la victimización. A todos los niveles. La victimización es la otra cara del maltrato. Constituyen la misma moneda. Si no evitamos la victimización, no vamos a trascender el maltrato. Lo estamos alimentando. Y, es más, la victimización es una forma de maltrato. Como es la sobreprotección. Genera indefensión. Genera miedo. Nos quita la responsabilidad que todos debemos de tener con nuestras propias vidas. Nos infantiliza. No favorece el crecimiento y desarrollo de los individuos, que permanecen en un estado de infantilismo permanente. El adulto busca soluciones, el niño está a merced de los que puedan ofrecer una solución a sus problemas. Por otro lado, la víctima puede transformarse fácilmente en agresor, pues se siente con derecho a exigir al otro la satisfacción de sus deseos, que convierte en necesidades; incluso a través de la fuerza, que termina justificando.
  • No se distinguen los deseos de los derechos. Se hace ver que todo es posible. La sociedad, a través de sus instrumentos de control, está descuidando su obligación con los ciudadanos de exigir esfuerzo y responsabilidad. Se hace creer que tenemos derecho a casi todo. No se premia el esfuerzo. Incluso se llega a menospreciar.
  • Se confunde ideología con biología. La ideología son estados de opinión, cambiantes a lo largo del tiempo y en las distintas sociedades. Es poco objetiva. La biología define hechos, realidades. Puede variar sus conclusiones en base a datos objetivos, científicamente demostrables. Marca unos límites muy claros, definidos. Desde el momento en el que la ideología cuestiona la biología, desaparecen los límites y todo es posible. Y, cuando todo es posible, definirnos es todavía más difícil.

¿Cuáles son las consecuencias?

  • A los niños se les da todo y más. No les puede faltar de nada. Es difícil decirles “no” a lo que piden. Nos anticipamos, tratamos de evitar su sufrimiento… Les endulzamos la vida. Para poder darles todo (ropa, colegios, idiomas, deportes, música, ordenadores, teléfonos, viajes…), hay que tener dinero. Ello implica, trabajar muchas horas.
  • Pero no solo se trabaja mucho para darles a ellos, los adultos tampoco queremos renunciar a nada (viajes, amigos, cenas, deportes …).
  • La combinación es compleja. Muchas cosas, poco tiempo compartido. Y, además, no es tiempo de calidad, pues estamos todos estresados.
  • Con tanto esfuerzo en conseguir que sean felices, no se entiende que, aun así, sufran, que tengan preocupaciones…cuando “no les falta de nada”.
  • Es inaudito para los padres que fracasen en los estudios, que no rindan, que no quieran estudiar…cuando “tienen todas las facilidades”.
  • Hablamos de que los niños no toleran la frustración. Pero ¿y los padres? Tampoco. O quizás son los primeros que tienen dificultad en tolerar que sus hijos no logren las metas que, consciente o inconscientemente, proyectan en ellos.
  • Se fomenta el individualismo en la familia. Cada uno está en su espacio. Cada vez se comparte menos. Individualismo no es autonomía. Es, sobre todo, soledad. Y más riesgo de dependencia emocional. De búsqueda de relaciones a las que aferrarse para no sentir esa soledad.
  • • Se pierden los rituales. Comer en familia. Ver una película juntos. Ir de excursión los fines de semana. Tener rituales contribuye a generar buenos hábitos, así como un sentido de pertenencia y de identidad.
  • No se crean buenos hábitos de alimentación. No hay tiempo para hacer un buen desayuno. Los adultos tampoco desayunan. Se come en el colegio y cada uno cena por su cuenta. Faltan nutrientes y sobran hidratos y grasas de las malas. Esto es también un factor de alto riesgo para la salud mental, y física.

Como podrán observar, todavía no he hablado de los móviles y las redes sociales, “responsables” en teoría de los problemas de salud mental de los adolescentes. Desde mi punto de vista es desviar la atención de los problemas reales a abordar para mejorar la salud mental de los adolescentes y de la población en general. La adicción a los móviles y pantallas en general, y el mal uso de las redes, como medio para ejercer el abuso y maltrato, o como recurso principal (o único) para búsqueda de información, de soluciones, de grupos en los que sentirse integrado…; no son la causa de los problemas actuales de los adolescentes, son una consecuencia y, muchas, veces un mal recurso en la búsqueda de “soluciones” a sus problemas, inseguridades, dudas, incertidumbres…

En la búsqueda de soluciones, creo que tampoco se trata de comenzar la casa por el tejado y crear más servicios de salud mental. Por mucho profesional que contratemos, si no ponemos la mirada en todo lo que más arriba he descrito, no vamos a mejorar. Es un trabajo en red, donde se tienen que sentar a la mesa representantes de muy diversos estamentos.

Objetivos para mejorar la salud mental de niños y adolescentes

  • Que los padres sean figuras de fortaleza y seguridad. Que recuperen su posición de autoridad sobre sus hijos. Que comprendan que su
    responsabilidad es educar, dar herramientas para afrontar los problemas. No se trata de que sean felices. Se trata de que, con nuestro ejemplo, lleguen a aceptar sus limitaciones y de que se esfuercen por superarlas. Nuestros hijos serán lo que ellos quieran ser, con su esfuerzo y dedicación; no lo que nosotros queramos que sean.
  • Que los profesores recuperen su autoridad con los alumnos (y padres). Conlleva respeto mutuo. Sólo en ese espacio, puede darse un ambiente de seguridad que potencie el interés y dedicación del profesor y, a la vez, despierte la curiosidad del alumno. El objetivo ha de ser que el alumno adquiera conocimientos, no que pase de curso a cualquier precio. El conocimiento ha se ser puesto de nuevo en valor.
  • Dar responsabilidades a los niños y adolescentes. No fomentar el victimismo. Han de querer ser capaces de buscar soluciones, de superar y afrontar los problemas. Ha de tener claro que tienen derechos y obligaciones, y que los deseos no siempre se cumplen, hay que trabajar y esforzarse por conseguirlos, y a veces, tenemos que renunciar.
  • Como ciudadanos que formamos parte de una sociedad, tenemos responsabilidades, debemos respetarnos y esforzarnos por mejorar.
    Debemos asumir un papel activo.

Todo esto no dejan de ser generalidades. Buscar la manera de conseguirlo es tarea compleja que exige de todos un esfuerzo y mucha humildad. Nadie tiene la receta mágica.

Mi recomendación es que cada adulto de ahora trabaje por ser mejor ser humano, por ser capaz de quererse de una manera sana y de aceptarse con sus limitaciones. Sólo desde ahí vamos a poder establecer mejor las prioridades, conectar y sintonizar mejor con las necesidades de nuestros menores, poner límites claros desde un lugar de fortaleza y seguridad, sin miedo.

Sin adultos sanos, no podremos construir una sociedad sana, un contexto en el que nuestros menores puedan crecer y desarrollar sus competencias de una manera más saludable.

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