Las cadenas del árbol son el destino

Las cadenas del árbol son el destino

Las familias transmiten creencias, valores, rituales, tradiciones

Todos conocemos historias de familias en las que de forma sorprendente se repiten destinos. Comprendemos la transmisión de valores y costumbres, se entiende como una de las cosas que define a una familia; nos parece normal que los hijos se parezcan físicamente a los padres, la genética está ahí para explicarlo. Ya no nos parece tan normal cuando escuchamos historias familiares donde la soltería se repite en varias generaciones, por ejemplo; o familias en las que se enviuda precozmente; u otras en las que se repite la pérdida del padre siendo aún pequeños los hijos. Entendemos bien las otras transmisiones pero ésta última la despachamos como una casualidad o una fatalidad.

Las familias, a través del árbol genealógico, transmiten creencias, valores, rituales, tradiciones. Algunas de estas cosas son buenas, necesarias, son la base de la cultura a la que pertenezcamos. Otras pueden pesar como una losa, actuar como una cadena.

La familia es el crisol donde se cuece todo el arco moral de la condición humana.

Hay valores o tradiciones que son explícitos, como el saber culinario, ese modo en que la abuela hacia determinada comida. También existen otras pautas que son implícitas, de las que no se hablan, aquello que C. Bollas llamaba “lo sabido no pensado”, y que precisamente por esta razón tienen un poderoso influjo en nuestro comportamiento. Uno de estos saberes implícitos lo descubrimos la primera vez en nuestra vida que nos damos cuenta que estamos reaccionando como lo hacia nuestro padre. Estas memorias implícitas familiares o del linaje están conformadas por una cosmovisión sobre la vida y el mundo y sobre la manera de estar en él, son como códigos inconscientes que operan sobre nuestra conducta. Ejemplos de este tipo de “memorias” pueden ser: “no merezco lo que tengo”, “para valer tengo que esforzarme duro”, solo si tengo un título seré aceptado”, la gente se va a aprovechar de mi” “mejor hacer las cosas yo solo”, “amar es arriesgado y doloroso”. Son relatos que constituyen creencias, que van perfilando un carácter y dirigiendo el destino. A estas memorias se les llama inconsciente transgeneracional.

La lealtad al árbol, a la familia, es la cadena

Lo transgeneracional, en el ámbito de la psicología, aún no ha arraigado con fuerza en el trabajo de los psicólogos y psiquiatras; en otras cosas, porque ha habido demasiadas corrientes psicoterapéuticas que han descuidado la historia, no solo la familiar, sino también la personal. Sin embargo lo transgeneracional forma parte de toda nuestra cultura clásica. Desde los mitos antiguos a la literatura clásica, lo transgeneracional recorre las páginas y los relatos tejiendo un hilo que conecta pasado, presente y futuro y mostrándonos no solo que los destinos se repiten, sino señalándonos las conexiones de sentido para que esto ocurra.

¿Cuál es la explicación psicológica de este tipo de transmisión? No existe una única explicación, aunque circulan diversas teorías sobre el tema, desde el psicoanálisis, desde la teoría familiar sistémica, también desde la teoría del apego se habla de la transmisión intergeneracional del patrón de apego.

Una de ellas me resulta especialmente interesante. Es la lealtad.  Una lealtad “invisible”, sabida y no pensada, que ata al descendiente a las ramas del árbol genealógico, y que puede atarlo un paso más allá: más allá de la propia necesidad de diferenciación y del propio camino. En todas las familias, clanes, grupos, subyace una idea sobre la lealtad, sobre cómo ser un miembro leal al grupo. En la familia  esto es aún más acusado. Dos pares de opuestos entran en juego en estas lealtades invisibles dentro del árbol genealógico: la lealtad-culpabilidad y la justicia-resentimiento. ¿Hasta dónde ser leal sin sentirme culpable? ¿Siento que hay justicia conmigo en este libro de cuentas de mi familia y así no caer en el resentimiento? Las variaciones individuales y familiares sobre cómo se define la lealtad, la culpa y la justicia son infinitas.

En consulta se puede observar en el hilo biográfico de muchos pacientes esos momentos de bifurcación, esos momentos donde aún es posible elegir un camino, y en los que, a veces ocurre, se opta por la cadena del árbol y por traicionarse a uno mismo dejando a un lado lo que realmente se anhelaba.

Traicionar al árbol da más miedo que traicionarse a uno mismo.

Porque el árbol es lo primero que tenemos, es nuestro lugar de acogida, es lo que nos encontramos al nacer, es lo que nos constituye como sujetos, lo que nos da nuestra primera identidad, el árbol es el apego; y dentro de nosotros, y para siempre, soltarnos del árbol va a dar vértigo.

Y sin embargo vivir nuestra propia vida requiere de esos pasos que nos permitan diferenciarnos, y saber que podemos ser libres y a la vez pertenecer. Pero cuando en nuestro desarrollo ha habido carencias, injusticias y experiencias traumáticas ese proceso se torna más difícil. Si un trauma no se supera y se disuelve, sigue vivo dentro de nosotros, y conlleva rigidez y repetición, temor y falta de claridad. Las heridas del desarrollo dificultan la diferenciación, empujan a la compulsión a la repetición, y elevan la lealtad a los padres a un mandato, a una cadena invisible que dirige el destino personal.

Rasgar los velos que ciegan la evolución de la conciencia personal no es tarea fácil, ni supone un tránsito suave; cada paso que damos a una mayor conciencia, cada velo que se nos cae, va acompañado de dolor y ….de liberación.

Ser libres, ser dueños de nuestra vida, nunca salió gratis. Pero, como decía Séneca, “no hay viento favorable para el que no sabe dónde ir”.

 

José Antonio Barbado Alonso

Psiquiatra y Psicoterapeuta

MIMAPA – Centro de Psiquiatría y Psicología en Ourense

Deje una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *