Autocrítica: de amiga cómplice a acompañante perversa
Envenena poco a poco sin que su víctima se dé cuenta. Se autoalimenta sin límite de los errores atacando con argumentos subjetivos e irracionales. Para ella lo bueno no existe o no es suficientemente valioso. Aunque lo sea, no le interesa valorarlo, es capaz de generar algo turbio para fomentar el desprestigio. Vive de hechos pasados, juzga el presente de forma errónea, e impide disfrutar libremente y sin complejos del futuro. Se llama autocrítica destructiva.
Los límites, los términos medios, la escala de grises, son el marco perfecto para lograr el equilibrio que conduce al bienestar. Ser capaz de analizar cada acción que se realiza teniendo presente la historia vital de cada uno, los sentimientos, las debilidades y fortalezas propias, con los únicos objetivos de rectificar y aprender de los errores, es un síntoma inequívoco de resiliencia, de inteligencia emocional, de salud mental. Lo contrario es un generador de problemas físicos y psíquicos constante.
¿Qué sucede cuando la autocrítica, que debiera ser la amiga cómplice, supera los límites de lo saludable y tiñe todo de color oscuro? Esa voz interior repite a su dueño, de forma incesante, lo torpe que es, lo mal que lo hace todo, que su vida es un fracaso, que nuca logrará nada, que ha decepcionado a quienes le conocen y si todavía no lo ha hecho lo hará pronto, que como siga así perderá todo, familia, amigos, empleo… Esa voz interior insulta, menosprecia, pone en boca de los demás palabras que tal vez no han dicho y valoraciones que ni tan siquiera han insinuado.
La autocrítica, que debiera ser uno de los complementos perfectos para el crecimiento personal, puede ser tan perversa que se camufla entre los pensamientos habituales evitando que la persona la identifique como destructiva, a pesar del daño que le causa.
La autocrítica destructiva no es cuestión de azar, depende de la relación con las figuras de apego durante la infancia y la adolescencia
Todo lo que las figuras de apego dicen a una persona durante su infancia y su adolescencia queda guardado en el cuerpo buscando su lugar para conformar la personalidad. Cada mensaje, no solo verbal, que recibe un niño o un adolescente no pasa desapercibido, deja una estela. De ahí la importancia del estilo educativo. Educadores culpabilizadores o incongruentes, autoritarios, convierten la voz interior, la autocrítica, en tóxica.
La autocrítica destructiva es la voz de una figura de apego insana
De adulto, esa autocrítica destructiva será la voz de la figura de apego que le gritó, que le llamó tonto o torpe, que le castigaba en base a necesidades personales y no morales y unas veces sí y otras no sin explicación para entenderlo, que le puso límites exagerados…
Y en todo ello surge la necesidad de marcar la diferencia entre conducta e identidad. De enseñar la diferencia entre lo que uno hace y lo que uno es. Solo así, el niño o el adolescente se convertirá en un adulto que sabrá que las personas válidas se equivocan, y que lo mejor es aprender del error, perdonarse por cometerlo, y seguir hacia delante.
En MIMAPA – Centro de Psiquiatría y Psicología sabemos que el apego determina cómo una persona gestiona su vida y, por tanto, su nivel de bienestar y salud. Por ello entendemos que la base de muchas terapias debe ser guiar a nuestros pacientes en el análisis de sus relaciones de apego. Solo reparando su pasado, vivirán su presente de forma plena y consciente.