La pandemia de los problemas de salud mental en niños y adolescentes. No es el CoVid, es el ecosistema

La pandemia de los problemas de salud mental en niños y adolescentes. No es el CoVid, es el ecosistema

En los últimos tiempos estamos asistiendo a una epidemia de trastornos en el ámbito de la salud mental en niños y adolescentes. Es preocupante.

Desde mi punto de vista no ha sido el Covid la causa. No han sido los más infectados y en la mayoría de los casos la sintomatología ha sido leve y no ha dejado apenas secuelas. Lo que menos ha ayudado, en lo referente a la salud mental, han sido las medidas de Salud Pública que se han implantado: aislamiento social y mascarillas. Aderezadas con el miedo y la culpa. Desde mi punto de vista, tampoco han sido la causa directa, pero sí han sido disparadores que han favorecido que florezca tanta patología que inunda las consultas de psicólogos y psiquiatras que tratamos con la salud mental de este grupo social.

En nuestro Estado de Bienestar, vivimos más pero no mejor. Tenemos quizás muchas más cosas, disponemos de más dispositivos y aparatos que nos facilitan la vida, los avances en Medicina son espectaculares…pero no tenemos mejor salud. Lo cual es paradójico cuando hablamos de bienestar.

Hay una epidemia de enfermedades crónicas. El consumo de medicamentos se ha disparado. Los servicios de salud, en general, están abarrotados. Creíamos que solo los llenaban los mayores, los ancianos, la tercera edad. No. Cada vez es mayor el número de pacientes de la primera edad que abarrotan las consultas. Corremos el riesgo de medicarlos a todos y, si seguimos con estas dinámicas, para el resto de sus vidas.

Es importante que la sociedad en general asuma la culpa de lo que está sucediendo. Sí, somos todos culpables. No nos equivoquemos. La culpa no la tiene el móvil, ni las series de TV, ni los videojuegos… Tampoco la tiene el Covid. La culpa es importante que nos la repartamos, porque todos somos un poco culpables (o si prefieren, responsables, me da igual).

Estamos generando una sociedad vulnerable a la enfermedad mental. Los adultos nos estamos equivocando.

Nos equivocamos los adultos al pensar que nuestra obligación es que nuestros hijos dispongan de una buena educación y los mandamos a los mejores colegios, pensando que allí se van a encargar de dársela. No, la buena educación se la damos nosotros con nuestro ejemplo. No fumes y no fumarán. No bebas en exceso y no beberán. No grites e insultes, y no lo harán. No faltes al respeto (tampoco a tus hijos), y serán más capaces de respetar.

Nos equivocamos al pensar que nuestra obligación es hacer que nuestros hijos sean felices. Y somos nosotros, los adultos, los primeros que no somos capaces de disfrutar de cada pequeño momento de nuestra vida, buenos y malos. Porque no se trata de no tener momentos malos, sino de vivirlos desde la serenidad, la calma y, por qué no, desde el disfrute.

Nos equivocamos al pensar que nuestra obligación es que nos les falte de nada. Cuando lo que más les va a ayudar en la vida es saber disfrutar de nada. También somos nosotros, los adultos, los primeros que tenemos que aprender a renunciar a muchas cosas que nos sobran, a disfrutar del aburrimiento, a ser capaces de no hacer nada y estar bien.

Nos equivocamos al pensar que tienen que estudiar la carrera que nosotros no hemos podido estudiar, o la que sí hemos estudiado y nos ha proporcionado tanto bienestar (ilusos de nosotros). No, nuestros hijos irán descubriendo su camino, qué es lo que quieren hacer en su vida. Sentir la amenaza de la presión del tienes que no ayuda a explorar. Sentir la seguridad que da la confianza depositada en ellos, si ayuda.

Nos equivocamos al no respetar sus emociones negativas, sus malestares, sus miedos… No tienen que ser fuertes dando la espalda a sus debilidades. Es una falsa fortaleza. Son vulnerables. Nuestra función es apoyarles, sostenerles en su vulnerabilidad. Que no la vivan como un defecto. Forma parte de todos nosotros (también de los adultos). Solo desde ahí podrán ir adquiriendo herramientas para manejar sus emociones y su vulnerabilidad. Esconderlas no es una buena manera.

Nos equivocamos al pensar que no les afectan cómo estamos los adultos. Pensamos que no se enteran, porque disimulamos. No es verdad, se enteran de todo y el contexto, el ecosistema, en el que viven (y vivimos) determina su desarrollo emocional. Es responsabilidad de los adultos disminuir la toxicidad de ese ecosistema en el que nuestros hijos se desarrollan. Empecemos por nosotros mismos.

Nos equivocamos dedicando tanto tiempo al trabajo y tan poco a la familia. A veces es inevitable. Pero muchas también es cuestión de prioridades. Nos hemos creado demasiadas necesidades. Pero es cierto que tener tiempo para desayunar, comer y/o cenar juntos debería de ser una prioridad. Sin aparatos que nos distraigan de una buena conversación. Claro que cuando nunca se ha hecho, es difícil implantarlo. Esto es importante hacerlo desde la cuna. También debería de ser una prioridad tener planes de fin de semana: playa, monte, jugar en familia, hacer una merienda, desayunar chocolate con tortitas… Buscar momentos de disfrute, en los que todos disfrutemos, que no sea una obligación… Aprendemos a disfrutar en la familia desde la cuna (si no se ha hecho así, tratar de implantarlo en la adolescencia puede ser una ardua tarea). Si hay disfrute, hay más posibilidad de comunicación (se activa el parasimpático de la conexión social y el sistema de defensa, que nos mantiene callados y a la defensiva, se calma)

El resultado es que nos encontramos con chicos y chicas que se sienten solos, que sienten que no valen, que sienten que no cumplen las expectativas, que se sienten débiles (en el mal sentido del término, dado que la debilidad se entiende como insuficiencia), poca cosa; que tienen muy poca tolerancia a la frustración, que consideran que ser felices es ser guapos, delgados, listos…; que han decidido que sus vidas no tienen sentido, que es mejor morir, desaparecer, esconderse, drogarse y no pensar… Son chicos y chicas con mucho dolor. Mucha desesperanza. Están perdidos. No encuentran sentido a nada. Les hemos hecho creer que tienen que ser felices, que el mundo es un camino de rosas, que para conseguir la felicidad sólo tienen que esforzarse…Y, de repente, se dan de bruces con un mundo donde pocas cosas son predecibles, donde manejarse en la incertidumbre es prioritario, donde la felicidad está en la capacidad de cada uno de saber disfrutar, de saber saborear los pequeños momentos…

Nosotros, los adultos, somos los mayores responsables del ecosistema en el que ellos se han desarrollado.

Los mandamos a terapia. ¡Que alguien, por favor, haga algo por ellos! No es mala opción. Pero, por favor, los adultos ¡hagan algo por cambiar el ecosistema! No se queden ahí esperando a que ellos cambien. Nosotros también tenemos que cambiar. Muchas veces, somos los que primero tenemos que hacer algo. Disminuyamos la toxicidad que inunda cada uno de nuestros ecosistemas haciendo algo que mejore nuestra propia salud, la de los adultos. Con ello contribuiremos a mejorar la salud mental (y física) de nuestros hijos.

No es el COVID, es el ECOSISTEMA.

 

Dra. Mercedes Fernández Valencia

Psiquiatra y Psicoterapeuta 

MIMAPA  – Centro de Psiquiatría y Psicología

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