Mejorando la salud de nuestros hijos

Mejorando la salud de nuestros hijos

Una de las mejores contribuciones que podemos hacer los adultos a la salud mental de nuestros hijos es crear hábitos de vida saludables.

  • Alimentación.

Los primeros que tenemos que aprender a alimentarnos bien somos nosotros. Si nuestra alimentación es rica en azúcares, carnes rojas, lácteos y grasas trans, y pobre en vegetales y frutas; debemos plantearnos algunos cambios.

En la base de la pirámide deberían estar las frutas y verduras.

Las proteínas animales deberían proceder de animales alimentados con pastos y vegetales, en el caso de las carnes, y con algas, en el caso de los pescados. Hoy casi no disponemos de la posibilidad de obtener este tipo de alimentos, dado que nuestra ganadería y pesca está alimentada básicamente con cereales, de ahí que el aporte de ácidos grasos sea fundamentalmente de omega 6. Con la leche y los huevos sucede más de lo mismo. Los cereales deberían constituir un porcentaje mínimo del aporte calórico de nuestra alimentación.

Y los azúcares y harinas refinadas prácticamente deberían ser eliminados de nuestra dieta.

Hoy, nuestra alimentación nos aporta un exceso de omegas 6 que contribuye a que las posibilidades de resolución de los procesos inflamatorios de nuestro organismo se limiten de forma preocupante, generándose el terreno que va a facilitar la aparición de múltiples enfermedades crónicas.

Los procesos inflamatorios se inician por traumatismos mecánicos, por tóxicos ambientales, por patógenos (virus, bacterias, hongos y parásitos) y por estrés emocional.

Si nuestro organismo se nutre de un aporte adecuado de minerales, vitaminas y ácidos grasos omega 3, va a tener muchas más herramientas para combatir las diferentes agresiones y resolver los procesos inflamatorios, evitando así la inflamación crónica y silenciosa que está en la base de gran número de enfermedades crónicas que afectan a la población del mundo desarrollado. Se incluyen también las enfermedades neurodegenerativas y psiquiátricas.

  • Ejercicio físico (mejor al aire libre).

Queremos que nuestros hijos no pasen demasiado tiempo delante de las pantallas, que se muevan, que hagan deporte. Pero ¿qué han visto que hacían sus padres?

Si somos predominantemente sedentarios, nuestros hijos tienen más probabilidades de seguir ese ejemplo.

No basta con la asignatura de educación física (que, por otro lado, sería bueno que la tuvieran si no todos los días de la semana, la mayoría).

Los fines de semana la responsabilidad de que los hijos se muevan de casa es de los padres. Y los hábitos se crean desde la cuna. Salir todos los fines de semana al campo, a la playa, a jugar con los hijos al parque, al pueblo… Sólo si disfrutamos con ellos de estas actividades al aire libre, ellos las interiorizarán de un modo positivo y sentirán la necesidad de seguir haciéndolo cuando dependa de ellos el tomar la decisión.

Hay una tendencia a castigar a los hijos sin deporte porque es lo único que les gusta y les duele que se lo quiten. Me pregunto sin alguna vez esos mismos padres les han quitado de comer o cenar, porque es lo que más les dolería. O de ducharse. O de dormir… Creo que está todo dicho.

  • Sueño.

Es importante el dormir. Cuanto más pequeños, más necesidad de sueño. Y en la adolescencia volvemos a tener mucha necesidad de dormir. Los horarios escolares no están pensados para el adolescente, que tiene otros ritmos. Lo biológicamente determinado es que se duerman más tarde y también se levanten más tarde. Así que los fines de semana, tenderán a recuperar el sueño durmiendo casi toda la mañana.

La cama debería ser en exclusiva para dormir. Nada de móvil ni de pantallas. Reducir al máximo los estímulos luminosos en las horas previas a coger el sueño, ayudará a conciliar mejor.

Que no haya luz en la habitación, va a favorecer un sueño continuo y reparador.

Despertarse con una lámpara despertador que vaya incrementando la intensidad de la luz conforme se acerca la hora, es una buena manera de comenzar el día sin sobresaltos.

Evitar comenzar el día con gritos, enfados, malas caras… y sí con la alegría de poder disfrutar de un día más, con la ilusión y curiosidad de vivir nuevas experiencias.

  • Conexión social.

Favorecer las relaciones sociales de nuestros hijos es fundamental. Somos seres sociales. La soledad hace que nuestro sistema nervioso autónomo se ponga en modo alerta. Es una respuesta de supervivencia evolutivamente adaptativa. El sentirse formando parte de un grupo genera en los humanos una sensación de seguridad y calma.

También favorecer la comunicación dentro del grupo familiar es importante. Sentir la pertenencia dentro del grupo familiar, irá acompañado de la sensación de aceptación y valía. Mejorando con ello su propia autoestima.

La comunicación comienza desde el momento cero. Para comunicarnos necesitamos tiempo, calma, espacio…

Hoy lo más difícil muchas veces es detener el tiempo. Parar. Dejar de hacer cosas, para estar. Andamos a correr (muchas veces sin rumbo).

A veces, es cuestión de prioridades. Hay cosas que son menos importantes que estar en calma y disfrutando de momentos de compartir, de hablar, de no hacer nada.

Damos más importancia a hacer las camas, o a lavar el coche, o mirar las noticias que a estar sentados desayunando con calma y charlando.

En muchas familias no se hace ninguna comida juntos. No hay espacios para compartir juntos. Ni siquiera los padres comen juntos. Y cuando coinciden delante de la TV, tampoco hablan. La TV es el único interlocutor al que se presta atención y, ahora también el móvil.

Sobre esta base de hábitos saludables será más fácil levantar los pilares que van a hacer de nuestros hijos personas competentes y saludables, tanto física como mentalmente.

 

Dra. Mercedes Fernández Valencia

Psiquiatra y Psicoterapeuta 

MIMAPA  – Centro de Psiquiatría y Psicología

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