Las figuras de apego favorecen o evitan la aparición de posibles traumas
Todo lo que sucede en nuestra vida tiene su origen en un espejo. Todos los comportamientos, pensamientos y emociones que experimentamos los hemos visto previamente y los hemos interiorizado para repetirlos en cada una de las situaciones que se presentan a lo largo de nuestra vida.
Si analizamos de forma consciente nuestra vida encontraremos patrones de comportamiento y de respuestas emocionales. Y si somos valientes y nos atrevemos a ir un poco más allá y comparamos esos patrones con los de nuestro entorno más íntimo, lo más seguro es que encontremos similitudes o incluso repeticiones exactas. No es casualidad, es el resultado del aprendizaje a través del espejo que constituyen nuestras figuras de apego.
Actuamos, pensamos y sentimos de la manera en la que nos ha enseñado nuestro entorno, principalmente el formado por nuestros padres y cuidadores durante los primeros años de vida. Por tanto, es nuestro entorno más íntimo el que nos enferma o nos cura, el que activa o desactiva respuestas emocionales curativas o dañinas.
Es nuestro entorno el que favorece o evita la aparición de posibles traumas.
Los espejos de las figuras de apego
Todo comienza porque cada uno de nosotros necesita un espejo en el que mirarse para autodescubrirse, y el primer espejo que se nos presenta es el que constituyen nuestras figuras de apego. Los comportamientos emocionales que esas figuras de apego proyectan son los que interiorizamos y repetimos en cualquier situación.
Así, las figuras de apego que ante una situación complicada para el niño, adoptan una postura que transmite empatía para afrontar las dificultades, proyectan una forma positiva y tranquila de regulación de las emociones, evitando que ese problema al que se está enfrentando el niño se convierta en un trauma. El niño mirará en ese espejo y verá que la mejor respuesta ante una adversidad es el valor y la confianza en sí mismo para hacer frente a todo lo que le suponga un desafío. En ese caso el espejo sintonizado de las figuras de apego habrá creado una persona resiliente.
Por el contrario, aquellas figuras de apego que ante una adversidad no transmiten compañía, cariño, sino que proyectan más angustia, ansiedad, o cualquier fórmula de negación de las emociones desbordantes, no están ofreciendo una salida al niño, y éste verá en su espejo que ante una situación adversa debe responder con angustia, ansiedad o incluso de forma violenta o intentando negar aquello que está sintiendo, obviando que es una emoción que puede gestionar y dejar marchar.
Si las figuras de apego, responden de la misma manera y enfatizan esa respuesta del niño como situación emocional intolerable, éste no aprenderá que detrás de sus sentimientos hay una causa y que él tiene las herramientas necesarias para manejarlos y aliviarlos. Esos sentimientos no aliviados se almacenarán en algún lugar de su cuerpo y, lo más probable, es que resurjan ante cada situación que su mente interprete como similar. Por tanto, el apego inseguro, el espejo distorsionado de las figuras de apego, es el caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de trauma.
Transmisión intergeneracional del apego
La repercusión del malestar emocional de ese niño no se queda en él. El niño ha interiorizado un sistema de tratamiento de sus emociones que es heredado de sus figuras de apego, y que lo más seguro repetirá con sus hijos, porque el estilo de apego, seguro o inseguro, que vive cada niño se transmite de generación en generación – transmisión intergeneracional del apego.
Por todo ello, la fórmula para superar problemas emocionales no se encuentra en la farmacología, que solo alivia, sino que pasa por el análisis consciente y objetivo de los vínculos con las figuras de apego y el entorno, y por el uso de métodos de Psicoterapia, como EMDR, que fomentan las capacidades autocurativas de las que dispone el cuerpo y que ayudan a restaurar los vínculos de apego.