Pérdidas ambiguas: la paradoja de la presencia y la ausencia, y el duelo patológico
Decir adiós sin marcharse, marcharse sin decir adiós. Irse pero quedarse; quedarse pero irse. Un sí pero no, un no pero sí. Un enrevesado juego de palabras que el simple hecho de leer ya incita al estrés al entrañar presencia y ausencia al mismo tiempo, misterio, amargura, dolor, incertidumbre, esperanza, imaginación e incluso intuición, pero que alberga todos los elementos presentes en las pérdidas ambiguas que preceden al dolor ambiguo y a un duelo indefinido.
La muerte, aunque siempre es un episodio dramático del que no se puede huir, cuando se produce en condiciones más o menos esperadas está rodeada de espiritualidad, de ritos y certezas. Ante el fallecimiento de un ser querido se realizan rituales de despedida, se busca consuelo y apoyo en el entorno que con el tiempo amortiguan el dolor.
Sin embargo, no todas las pérdidas de personas cercanas responden a este esquema tan interiorizado culturalmente. Hay situaciones en las que se produce una pérdida física pero se mantiene una presencia psicológica –desapariciones en catástrofes naturales, atentados, adopciones, migraciones, divorcios, secuestros-, y otras en las que se mantiene la presencia física pero hay una pérdida psicológica –enfermedades degenerativas tipo Alzhéimer-. En ambos casos no hay una despedida total como en la muerte clara, no se produce una pérdida completa de la persona. En las pérdidas ambiguas es como si las puertas de la vida permanecieran entreabiertas y dejaran pasar cierto halo de esperanza de que todo puede volver a ser como antes.
El quebranto de la realidad no es total y ello supone que tampoco haya un fin en el proceso de duelo, el duelo es ambiguo pudiendo llegar a convertirse en duelo crónico, conocido también como duelo complicado o duelo patológico.
Aprendiendo a vivir en el caos de las pérdidas ambiguas
Nos gusta conocer los límites, la finitud nos hace sentir seguros. La mayoría de nosotros no estamos preparados para entender que no todos los problemas tienen solución. El caos y la incertidumbre nos perturban; necesitamos dar respuestas a cada pregunta que surge, poner orden en lo caótico y dotar de lógica cada situación que experimentamos. Obviamos que la vida está inundada de preguntas sin respuestas, de vivencias caóticas, ilógicas.
Por ello, el dolor ambiguo es quizás más perturbador que el dolor de una pérdida clara. Las pérdidas ambiguas conllevan el desafío permanente de aprender a vivir con la incertidumbre, con la imaginación y las suposiciones sobre lo que ha sucedido, sobre lo que la otra persona puede estar pasando…sobre infinidad de cuestiones.
Dada nuestra impronta cultural, resulta especialmente importante para el duelo enterrar a los muertos, saber dónde se encuentran sus restos, tener un lugar de referencia al que acudir a llorar, un cierto refugio para nuestra calma mental. De ahí la relevancia que pueda tener el levantamiento de monumentos en nombre de las víctimas y ceremonias de despedida; marcadores de transición que ayudan a adaptase al cambio, a dotar de coherencia narrativa la situación, para frenar la conmoción, la rabia, la agresividad.
No se trata de buscar fórmulas mágicas –no existen- para superar el dolor, sino de encontrar estrategias para convivir con él, con la tristeza y los altibajos emocionales. Educar a nuestra mente para trabajar con lo que imaginamos que ha podido suceder, para aprender a navegar entre suposiciones, en el sí pero no, en el pudo haber pasado esto o aquello o tal vez no, en el puede volver o no, puede curarse o no, pueden aparecer su cuerpo o no… Aprender a manejar dos ideas confrontadas reduce los niveles de estrés y nos hace conscientes de que no tenemos la habilidad de poder resolverlo todo. Esa percepción permitirá afrontarlo con mayor resiliencia y evitará que la búsqueda de un argumento que dé sentido a la tragedia se convierta en algo prioritario, incluso en una obsesión.
Se trata, en el fondo, de desplazar la búsqueda de significados. Es decir, la búsqueda de un significado a la tragedia no puede ser el eje de la nueva etapa, sino que el objetivo debe trasladarse a la búsqueda de un significado nuevo para afrontar esa nueva etapa en la que habrá que esforzarse por manejar de forma saludable los recuerdos o la falta de ellos.
Autogobernarnos entre la confusión y el desconcierto, entre la tristeza y la rabia, se convierte en vital. La vivencia de pérdidas ambiguas presenta un mayor riesgo que las pérdidas claras para generar alteraciones en el equilibrio del sistema mente – cuerpo, perturbaciones en los ritmos biológicos y en los niveles hormonales que desencadenan desequilibrios psiconeurobiológicos que aumentan la probabilidad de enfermedad.
Sintonía terapéutica frente al dolor ambiguo
El duelo, ambiguo o no, lleva consigo grades dosis de tristeza y de otros sentimientos encontrados, algo que solo puede tratase con conexión humana. La mejor medicina es la que se produce entre personas. La “cura emocional”, el manejo adecuado de las emociones propias, necesita de las emociones de otras personas para comprenderse y aprender a gestionarse.
La sintonía terapéutica es imprescindible para transformar el dolor; entender, hablar de o explicar la tragedia o el trauma no son ingredientes suficientes ni contundentes para enfrentarse al dolor, aportan únicamente un alivio momentáneo.