Sistema nervioso autónomo: esencial en nuestra salud emocional y relacional

Sistema nervioso autónomo: esencial en nuestra salud emocional y relacional

La calidad de nuestros vínculos depende de la autorregulación y de corregulación 

Reaccionamos a esa mirada, ese gesto, ese tono de voz, ese acercamiento, ese apartarse…sin ser capaces de una reflexión previa que nos permita valorar el significado de lo que acaba de ocurrir. Entonces nos apenamos, nos enfadamos, nos alejamos, nos lanzamos… Y sólo si hubiéramos sido capaces de tener un momento de reflexión tranquila, en calma, tal vez nuestra respuesta hubiera sido otra.

Es nuestro sistema nervioso autónomo el que garantiza nuestra supervivencia, el que media en nuestra capacidad de tener o no ese momento de reflexión, de valoración de la situación y de actuar en consecuencia.

De las posibilidades de autorregulación y de corregulación de nuestro sistema nervioso autónomo depende la calidad de nuestros vínculos y, también, nuestra curiosidad, nuestra capacidad de explorar, de jugar, de disfrutar de la sexualidad, de sentirnos en calma, tranquilos y seguros.

Es objetivo terapéutico primordial conseguir que nuestro sistema nervioso autónomo sea capaz de leer bien los signos: de seguridad, peligro y amenaza vital; y, a la vez, sea capaz de regularse mediante mecanismos de autoregulación y/o corregulación.

El sistema nervioso autónomo en los humanos consta de tres ramas:

  • La más primitiva, desde el punto de vista evolutivo, es la rama dorsal del nervio vago (o parasimpático). En condiciones “normales”, cuando no hay señales de amenaza, esta rama es muy importante para la regulación del sistema digestivo (en colaboración con la rama del simpático). Cuando se activa en respuesta a señales de “amenaza”, desencadena una reacción de colapso, bloqueo, somnolencia y disociación. Es la respuesta de “muerte fingida” que observamos en los animales. Es una “respuesta defensiva de inmovilización”.
  • La segunda en la línea evolutiva es el simpático. En condiciones de “normalidad” colabora con el vago ventral en la regulación del ritmo cardíaco y respiratorio. Cuando se activa en respuesta a señales de “peligro”, nos prepara para la lucha o la huida. Da lugar a “respuestas defensivas de movilización”. Inquietud, desasosiego, el corazón se acelera, la respiración es entrecortada, el oído medio se focaliza en sintonizar los sonidos de peligro y se percibe peor la voz humana…
  • La tercera y más evolucionada, la rama mielinizada del nervio vago, el vago ventral. Es el vago “inteligente” que da lugar a un estado de “conexión social”. Es el nervio de la compasión, que favorece la conexión compasiva y la autocompasión. Disminuye el ritmo cardíaco, suaviza nuestra mirada, favorece la sintonización del oído medio con la voz humana; regula la actividad de las otras dos ramas, facilitando el salir de estados de hiperactivación e hipoactivación y garantizando la sensación de bienestar, calma y conexión. A esta función del vago ventral se le denomina “freno vagal”.

Cuando hay un buen “freno vagal”, la capacidad de nuestro sistema nervioso autónomo para regular nuestros niveles de energía es mucho mayor y con ello la sensación de bienestar.

El freno vagal se entrena con la corregulación

Los ciclos de “conexión-ruptura-reparación-vuelta a la conexión” que se dan en el vínculo mamá-bebé son fundamentales para este entrenamiento. La conexión sintónica activa el vago ventral. La ruptura activa el simpático con el llanto de apego. La reparación activa de nuevo el vago ventral. Y así es como nuestro sistema nervioso autónomo gana flexibilidad y capacidad de autorregulación gracias a la fortaleza de un entrenado freno vagal. Así pues la capacidad de regulación del sistema nervioso autónomo depende de las experiencias de co-regulación que hayamos experimentado durante los primeros años de vida. En ese momento la conexión-sintonía en la diada bebé-mamá es fundamental.

Venimos al mundo diseñados para conectar. La rama mielinizada de nuestro nervio vago está preparada y garantiza la conexión social a través de la mirada (también son importantes el oído, el tacto, el olor, la expresión facial…). La conexión visual del bebé con la mamá, es posible gracias a la activación del vago ventral. Si no hay una respuesta “sintonizada” con la mirada del bebé, el vago ventral del bebé se apaga y se activan el simpático primero con el grito de apego (llanto de apego) y, si no hay respuesta, se activa la segunda línea de defensa, el vago dorsal con la respuesta de colapso y disociación (el bebé deja de llorar, no porque esté en calma, sino porque su sistema la ha “apagado” dando lugar a una respuesta fisiológica similar a la de “muerte fingida” que observamos en los mamíferos cuando son perseguidos por el depredador)

Nuestra respuesta a los indicadores de conexión va a generalizarse a partir de estas experiencias primarias. Así, si la conexión fue “peligrosa” cualquier indicador de “acercamiento” en futuras relaciones, va a desencadenar una respuesta de supervivencia simpática, de congelación, huída o lucha.

Si fue de “amenaza” vital, la respuesta va a ser de inmovilización: parálisis, colapso, disociación…

Experiencias relacionales traumáticas a lo largo de la vida, pueden desajustar un sistema nervioso autónomo que se mostraría incapaz de autorregulación por el vago ventral. Y al contrario, nuestro sistema nervioso autónomo puede “aprender” a regularse con nuevas experiencias sanadoras, bien en contextos relacionales terapéuticos o en relaciones significativas.

¿Cómo lee los signos de seguridad, peligro o amenaza el sistema nervioso autónomo?

Lo hace a través de lo que Stephen Porges llama la Neurocepción. Por Neurocepción se entiende un sistema que tiene su base en distintas estructuras del sistema nervioso capaz de leer señales del entorno, de nuestro interior y también en las relaciones, y detectar si son seguras, peligrosas o amenazantes. Interpreta y detecta las señales gracias a la base de datos que está almacenada en nuestra amígdala.

Esa base de datos es muy importante porque almacena las experiencias dolorosas y traumáticas que hemos experimentado en el pasado. Y la razón fundamental de tenerlas almacenadas es que no nos vuelva a suceder lo mismo o algo parecido. Así que nuestra Neurocepción va a  estar muy atenta a las señales, por pequeñas que sean, para activar en el sistema nervioso autónomo la respuesta más “adecuada”: de conexión o de supervivencia.

Es función del sistema nervioso autónomo garantizar la seguridad en las relaciones. Y ha aprendido a encontrarla favoreciendo la aparición de estrategias de apego inseguro. Lo cual parece una contradicción. Pero en algunos casos son las respuestas de supervivencia las que garantizan el vínculo.

Cuando la mirada del niño no encuentra un adulto receptivo, que sintonice con sus necesidades, su sistema nervioso autónomo aprende a desconectar el sistema de conexión social, y se instala en respuestas de supervivencia y desarrolla estrategias de autorregulación. No se fía de la corregulación. No funcionó. Y generaliza esa experiencia negativa que está almacenada en su amígdala y que va a hacer que su neurocepción reaccione a la conexión con desconfianza y alerta.

Lo mismo cuando la respuesta del adulto es despectiva o humillante. Aprende a evitar la conexión social. Y, en este caso, incluso puede ser que la repuesta al contacto sea mas vago dorsal, de desconexión inmovilizadora mediante el colapso y la disociación.

Cuando es inconsistente y unas veces responde y otras no, el niño es probable que esté con su sistema simpático en alerta, demandando a través del llanto de apego esa conexión.

Cuando hay miedo porque el adulto tiene una mirada de terror, está aterrado o causa terror, el sistema se bloquea. Acercarse es peligroso y alejarse también. Hay fobia a la conexión y también a la ruptura. El sistema nervioso autónomo está danzando entre la respuesta simpática y vago dorsal. En este contexto las respuestas de lucha-huida-congelación-disociación son la norma. No hay freno vagal. Es un sistema que no conoce la calma. No funciona la autorregulación ni la corregulación.

Sólo si hemos podido disfrutar de conexiones de apego seguro en los primeros años, nuestro sistema nervioso autónomo va a ser más capaz de discriminar lo seguro de lo no tan seguro y responder de forma coherente, con acciones que favorecen la conexión o la desconexión.

Si no ha habido una buena corregulación, la respuesta de nuestro sistema nervioso autónomo va a ser fundamentalmente de supervivencia (simpática y/o vago dorsal), ante señales no sólo de peligro, sino también neutras o incluso, antes señales de acercamiento amable, porque en sus orígenes lo amable fue contaminado por lo peligroso, porque quien me tenía que proteger y a quien yo miraba buscando esa protección, me hacía daño o no estaba o su mirada “no miraba”, “estaba perdida”.

Re-mielinizar el vago ventral

Cuando la respuesta del sistema nervioso autonomo es de supervivencia, el freno vagal no funciona porque el vago ventral está “atrofiado”.

En el sistema nervioso existe una máxima: lo que no se utiliza, se pierde.

Si nuestra Neurocepción tiende a evaluar lo neutro como peligroso, incluso lo agradable como peligroso… las respuestas tienen que ver con la activación de la vía simpática y vago dorsal. No se activa el sistema de conexión social.

¿Cómo cambiar esto?

Nuestra Neurocepción depende de la base de datos de la amígdala. Allí están como algo que todavía nos puede suceder hoy y cuando las sacamos salen como si fueran un hecho todavía de presente. Se trata de revisar esas experiencias almacenadas y revivirlas con el vago ventral activado, es decir, sintiendo la seguridad del presente. Ello permite varias cosas: darles un significado y colocarlas en el archivo de hechos pasado de nuestra historia. Ahí ya no influyen en nuestra neurocepción.

Para conseguir esto tenemos que desarrollar estrategias que permitan re-mielinizar el vago ventral. Algunas de las posibilidades son:

  • Ejercicios de coherencia cardiaca: trabajar con la respiración.
  • Desarrollar recursos que nos ayuden a regular la hiperactivación y la Hipoactivación de nuestro sistema nervioso autónomo.
  • Saborear los momentos de conexión.
  • Saborear los momentos de calma.

En definitiva:

Estrategias de estabilización primero, para conseguir un vago ventral más fuerte que facilite la conexión y con ello la colaboración y exploración. Sólo cuando nos sentimos seguros es posible jugar, explorar, conectar…

El trabajo terapéutico con los recuerdos traumáticos, sólo es posible cuando nos sentimos seguros. Regular el sistema nervioso autónomo es la base sobre la que se asienta todo tipo de terapia.

Dra. Mercedes Fernández Valencia

Psiquiatra y Psicoterapeuta 

 MIMAPA  – Centro de Psiquiatría y Psicología

 

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